La convención que el PP acaba de celebrar en Sevilla ha pecado de un exceso de triunfalismo. Que el Gobierno de Zapatero esté más debilitado que nunca por la constatación de sus fallos en la gestión de la crisis no significa que los populares puedan actuar ya como si se tratara de un Ejecutivo saliente.
En el tiempo que queda hasta las próximas generales, Rajoy debe extremar su cautela y no dar nada por hecho. Máxime con la cita electoral del próximo mes de mayo de por medio. Ésa será la verdadera encuesta. En su carrera por tomar el relevo en el próximo Ejecutivo central, el PP ha de aquilatar muy bien la magnitud de sus fuerzas y las de sus adversarios.
Los populares deben aparcar los discursos ambiguos, como el mantenido en torno al retraso de la jubilación, una medida que los expertos señalan como ineludible para garantizar la suficiencia financiera de nuestro sistema de pensiones. Las propuestas del PP en materia de austeridad son acertadas, pero han de reciclarse. No necesariamente lo que funcionó hace unos años lo hará ahora. Habrán de replantearse la exclusión de las alzas de impuestos de sus planes de estabilidad presupuestaria.
Un IVA más alto es compensable con una bajada de cotizaciones que favorece el dinamismo en el empleo. Y resulta de crucial importancia que el PP zanje cualquier división interna para cerrar filas en torno a las reformas que necesita España, tanto las que se implementen hoy como las que se acometan en adelante. Es más, debe urgir y presionar a Zapatero para que las aborde con la mayor firmeza, responsabilidad y sentido de Estado posibles. De ello depende la herencia que el próximo Ejecutivo reciba.