El indicador adelantado del IPC de diciembre se coloca en el 2,9 por ciento interanual, siete décimas por encima del dato de noviembre.
Tanto el tabaco como los combustibles han disparado la cesta de la compra para dejarla en el máximo de dos años. ¿Significa esto que los precios se descontrolan? Parece que no.
De momento, la dinámica subyacente de la inflación continúa muy débil. No hay presiones de la demanda sobre los precios que generen un sobrecalentamiento de la economía. Más bien se trata de dos ingredientes que están tirando para lastrar la actividad.
Por un lado, hay un claro componente fiscal, pues el Estado está aumentado sus ingresos a costa de los que disponen de menos capacidad adquisitiva. Por otro, hay un factor exógeno en la energía, pues dependemos demasiado de los precios en el exterior. Y el problema consiste en que ambas influencias pueden seguir teniendo efecto durante el próximo año.
Los emergentes empujarán al alza las cotizaciones de la energía. Y cabe que el Gobierno vuelva a subir el IVA para cumplir con su reducción del déficit.
La única noticia positiva es que por fin se puede romper con el modelo de subida automática de salarios ligada a la inflación, una indexación que ha destruido mucho empleo al aumentar los costes sin vincularlos a incrementos en la productividad.
Para erradicar esta fórmula de una vez por todas, es esencial que la reforma de la negociación colectiva no sea diluida por unos sindicatos que ahora negocian entre bastidores evitar una huelga general. El Gobierno pagaría muy caro semejante apaño.