Opinión

Editorial: Una década perdida

En clave económica, la primera década del siglo XXI ha sido sin duda la más singular de la historia contemporánea. Si hubiera que definir cada uno de los últimos decenios por un hito o desastre económico, encontraríamos vaivenes significativos.

En los 70, la crisis del petróleo; en los 80, la bancarrota latinoamericana; en los 90, la anemia financiera e inmobiliaria que sumió al boyante Japón en el encefalograma plano o el tequilazo en México. Y, apenas puesto el pie en la vigente centuria, estalló la burbuja de las puntocom.

Pero por su alcance y extensión nada de ello es comparable a la omnímoda crisis actual, contagiada como una pandemia en todos los sectores y países, con menor impacto en las emergentes, por el momento. Es el mayor y más relevante azote sufrido tras la Gran Depresión, hasta el punto de acuñar su propio término paralelo: la Gran Recesión.

Esta coyuntura internacional no tiene marchamo americano, sino global: aunque se tienda a achacar su brote al estallido de las hipotecas subprime estadounidenses, tiene su verdadero anclaje en un desmesurado exceso de apalancamiento que facilitó el espejismo de vivir por encima de las posibilidades reales.

Hoy todo se ha desinflado. La enseñanza es que el péndulo revierte a posiciones de equilibrio y que de esta grave tesitura saldremos siendo todos más pobres. En el caso español, se ha dilapidado la bonanza con que comenzó el periodo.

En gran medida, por el mal diagnóstico del Gobierno socialista y su errada y tardía política anticrisis, por el recurso al keynesianismo trasnochado y la ausencia de reformas estructurales apropiadas y responsables.

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