Opinión

Lorenzo Bernaldo de Quirós: 'Telebasura'

En estas entrañables fechas navideñas, la telebasura sigue invadiendo los hogares patrios, lo que ha provocado la protesta de numerosas instituciones de la sociedad civil. La verdad es que no se entiende muy bien por qué ese fenómeno televisivo molesta más a algunos en Navidad que en otras épocas del año.

Dicho esto, por telebasura se entiende una forma de hacer televisión caracterizada por explotar las más bajas pasiones de los individuos con una exhibición del morbo, del sensacionalismo y del escándalo dirigida a captar audiencia.

En sus diversas manifestaciones, la basura televisiva se ha convertido en un producto dominante en la programación de los grandes canales comerciales que han transformado la marginalidad del esperpento en la representación central de la realidad. La excepción se transforma en regla, en una espiral del todo vale con tal de lograr mayores cuotas de pantalla.

Aunque esta situación es lamentable y genera externalidades negativas, el uso de la coerción estatal no es el medio efectivo ni razonable para combatirla. Antes o después, el propio mercado penalizará a quienes inundan la audiencia con productos basura.

Quien escribe estas líneas tiene una repugnancia activa hacia la telebasura en sus versiones suaves y duras. Considera que es un caso típico de externalidad negativa en el cual la competencia no ha producido efectos benéficos en el lado de la oferta, lo que parecería avalar la tesis de que el mercado no siempre produce los mejores resultados desde la óptica del bienestar individual y social.

Sin embargo, considera que la propia dinámica de los acontecimientos, acompañada de una reacción de la sociedad civil, permitirá que las fuerzas del mercado reconduzcan la situación hacia un equilibrio sensato en el que la basura televisiva ocupe un lugar reducido en la programación de los canales. Por ello, el problema debe ser contemplado con perspectiva y sin perder los nervios.

De entrada, es preciso debelar una de las grandes falacias esgrimidas por los telebasureros en justificación de su cloaquil actividad: el ejercicio de su derecho a la libertad de expresión. Esto equivale a afirmar el derecho de cada persona a decir lo que le plazca, pero pasa por alto una pregunta esencial: ¿dónde? Obviamente, en un ámbito de su propiedad o en la de alguien que se lo permita.

Esta perogrullada pone de relieve un hecho fundamental y a menudo olvidado. Son los propietarios de las cadenas, y sólo ellos, los responsables últimos de la basura emitida. Los matamoros de turno son sólo sujetos que maximizan su función de utilidad en un marco que se lo tolera. Si no fuera así, su descerebrada obscenidad no tendría incidencia social alguna y estaría situada en su correcto lugar: el lumpen.

Otra hipótesis falaz es aquella según la cual las televisiones se limitan a satisfacer las exigencias del público. Si actuasen de otra manera, se dice, serían arrojadas fuera del mercado. Con independencia de que ese argumento supone un insulto a la inteligencia y a la integridad moral de la mayoría de los españoles, su fundamento teórico es erróneo.

La idea según la cual la oferta crea su propia demanda es una de las más simples y antiguas de la ciencia económica. Si sólo, o principalmente, se ofrece a los telespectadores basura, éstos la comprarán y/o apagarán la caja tonta si no hay productos sustitutivos. Cuando éstos existen, la evidencia empírica demuestra que la audiencia se desplaza hacia ellos. El fuerte incremento de los abonados a los canales de pago o el hecho de que España sea el país de Europa donde los videoclubs tienen más éxito es una prueba de la respuesta del mercado a la telebasura.

Dicho esto, quienes, en un sistema de libertad de empresa, se juegan su dinero han de tener la libertad de ofrecer al mercado los bienes y servicios que deseen aunque sean repugnantes. La única obligación de las compañías es maximizar su beneficio, y éste no es un criterio moral, sino de pura eficiencia.

Sin duda, existe un mercado potencial y lucrativo para las ofertas distintas a la telebasura, pero no todos los empresarios son o tienen que ser schumpeterianos. La aversión al riesgo es típica de una buena parte del capitalismo español, que suele preferir explotar lo conocido a aventurarse en proyectos cuya combinación riesgo-rentabilidad es imprecisa. Esto no significa que exista un fallo de mercado en el sector de las televisiones comerciales, sino tan sólo una tendencia conservadora que prefiere minimizar los costes de iniciativas cuyo resultado es incierto a embarcarse en la búsqueda de nichos de rentabilidad nuevos.

Quienes no están dispuestos a aceptar la invasión televisiva de la basura tienen una alternativa de mercado: presionar para que las cadenas que ofertan esos productos sean castigadas por sus principales financiadores, los anunciantes.

La experiencia norteamericana muestra que es posible modificar la tendencia de la programación de las televisiones si los usuarios, por ejemplo, boicotean a las empresas que dan su apoyo publicitario a las cadenas que insertan en sus parrillas programas que hieren a la sensibilidad de una parte sustancial o activa de la audiencia.

Mientras esto no se produzca, el coste de la acción colectiva será alto, lo que significa que el precio de soportar a Belén Esteban es inferior a la satisfacción que produce para amplios sectores de los televidentes.

Si esto sucede, el problema no es la telebasura, sino la sociedad española y ésa es otra historia.

Lorenzo Bernaldo de Quirós. Miembro del Consejo Editorial de elEconomista.

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