Para los presentes en el Congreso, ayer fue un día inusitado. Por un momento, la crispacion entre los dos principales partidos se dejó de lado.
Después de haber visto a un Zapatero capaz de vender que había una desaceleración, de achacar los problemas a una crisis venida de fuera, de anunciar la panacea de una economía sostenible, de ver los brotes verdes e incluso de dar un giro a su política social congelando las pensiones... una vez más de improviso, surgió un nuevo presidente.
En un tono reposado, emitió uno de los análisis de la crisis más realistas que se le conocen cuando afirmó que se precisarán unos cinco años para corregir los desequilibrios.
¿Por fin se cayó de la nube? El sector inmobiliario tardará en ajustarse; el sector financiero tiene que recapitalizarse; y el empleo no recuperará el dinamismo. Se antoja difícil que incluso en cinco años se cambie el ritmo de crecimiento. Y cabe preguntarse si las medidas tomadas serán suficientes. Lo dudamos.
La emisión de deuda se ha encarecido un 23 por ciento durante el último año. Un lustro más de dificultades implica que no generaremos crecimiento para pagar la deuda a los actuales precios. Por lo que se tendrá que profundizar mucho en las reformas.
La actitud del presidente abre la puerta a toda clase de interpretaciones. Pero ya hay un hecho indiscutible: el presidente sabe que no habrá una recuperación en el próximo año y, así, difícilmente puede presentarse a las elecciones.
El PP se ve ya heredero de tan complicada situación, de modo que, con un discurso sensato, Rajoy apoyó al Gobierno en una materia tan sensible como la política ante la UE. Interesantes cambios.