Me dice un amigo geólogo que, según el ilustre Colegio de Geólogos de España, el carbón es bueno. Más aún, es bueno y barato. Y nosotros, sin enterarnos. Dice el Colegio que el carbón español no es caro, porque está subvencionado, luminosa explicación que a casi nadie se le había ocurrido.
Por tanto, las eléctricas, que son las que más carbón consumen, no deben tener ningún reparo en comprarlo, que ya se encarga el Gobierno de que, con una pequeña parte de nuestro dinero, no les cueste más que si fueran a comprarlo al mercado internacional.
Además, ni su poder calorífico -aunque no en todas las zonas- ni las emisiones que resultan de su combustión, tienen nada que envidiar a los orgullosos carbones de otros países, léase EEUU, Indonesia, Colombia, Australia y tantos otros que ni siquiera están subvencionados. Al fin y al cabo, el Gobierno hace con el carbón lo mismo que con películas que nadie ve o con cosas que nadie quiere: subvencionarlas con otras pequeñas partes de nuestro dinero. Que no es para tanto.
Lo que ocurre es que las empresas eléctricas se empeñan en quemar gas, alegando que es más barato que el carbón, que les cuesta menos en derechos de emisión y que, además, tienen contratos con cláusulas take-or-pay que les suponen unos costes elevados si no lo usan, porque los mercados de gas son así.
A esas empresas no se les ha ocurrido pedir al Ejecutivo que subvencione también el gas, aunque es de suponer que se negaría, porque viene de países como Argelia, Nigeria, Qatar o Trinidad-Tobago, donde los sindicatos locales no han oído hablar de Rodiezmo ni de las promesas que nuestro presidente del Gobierno hace allí cada año, y tampoco reciben subvenciones del carbón, perdón, del Gobierno español.
Lío energético
Y es que las empresas eléctricas son incorregibles. Teniendo aquí un carbón tan bueno, van a comprarlo a otros países, después de haber realizado inversiones importantes en algunas centrales térmicas para que puedan quemar ese carbón extranjero sin pérdida de eficiencia y con emisiones menores que las que producían cuando quemaban el carbón nacional bueno y subvencionado, y también han construido centrales de gas, que emiten menos gases aún. Inversiones que han sido necesarias para cumplir con los compromisos de reducción de emisiones del Ejecutivo, que los tienen que cumplir las empresas, no el Gobierno, y su dinero les cuesta.
Y entonces, dice el Ejecutivo que no quemen tanto gas, que la electricidad buena es la que se produce con el viento y con el sol, y por eso se le da preferencia en los programas de producción, de forma que si el gas y el carbón tienen que esperar, que esperen.
Pero para que no se líen, y para aclararles las ideas, además de obligarlas a parar sus centrales para dejar paso a la energía renovable y limpia, se les obliga a quemar carbón, que no es tan limpio. No todo el carbón de este mundo, no se vayan a creer, sólo un poquito, hasta el 15% de la energía primaria necesaria para producir la electricidad que consumimos, que el Gobierno aprieta pero no ahoga.
Al fin y al cabo, eso lo autoriza hasta la propia Comisión Europea, que al parecer está para eso. Y para que no protesten por el precio del carbón, les asegura que la electricidad que produzcan a partir de él se les pagará a un buen precio, subvencionado gracias a otra pequeña parte de nuestro dinero. Eso sí, del lucro cesante por las pérdidas derivadas de los contratos de compra de carbón internacional o del coste de las cláusulas take-or-pay de gas ya hablaremos otro año, que en éste no toca.
Además, les obliga a enviar a los mineros cartas de intención de compra de carbón en las cantidades previstas en el plazo de tres días.
La Justicia de por medio
Y entonces van esas recalcitrantes empresas y plantean un recurso en la Audiencia Nacional diciendo que esos tres días no son suficientes para negociar en condiciones, y otro recurso en el Tribunal de Justicia de las Comunidades Europeas alegando que la Comisión Europea, al bendecir la obligación de quemar carbón nacional, ha actuado en contra del Tratado de la Unión y no les ha dado audiencia, rompiendo sus propios procedimientos.
Y van los dos tribunales, los dos, y suspenden cautelarmente las decisiones del Gobierno y de la Comisión Europea, dando la razón a las empresas recurrentes.
Y aquí los responsables de varias comunidades autónomas, las que tienen minas de carbón, dicen que se cabrean -uno de ellos más que los demás- y que, si las empresas se ponen así, pues arrieros somos y ya nos encontraremos. Que se les había hecho una oferta tan buena que no deberían haberse resistido. Pero se han resistido. Así que, para que se vayan enterando, ahí va un nuevo impuesto sólo para ellas, por empeñarse en producir electricidad. Y que no vengan luego pidiendo otras cosas. A ver quién manda aquí.
Aunque, que se sepa, no se les ha ocurrido cantarles las cuarenta de la misma forma ni a la Audiencia ni al Tribunal Europeo. Tal vez haya sido porque ponerles impuestos a los jueces es un poco más complicado. Y es que no nos queremos enterar de que el carbón es tan bueno que este Gobierno, y los de esas comunidades autónomas, son los gobiernos del carbón, y no de la electricidad, ni de la competitividad, ni de la libertad económica, ni de la captación de inversiones, ni de la estabilidad regulatoria, ni de la seguridad jurídica. Que dicen algunos libros de texto españoles que los empresarios son sanguijuelas. Pero deben ser sólo los empresarios eléctricos, aunque eso no lo aclara el libro de texto en cuestión.
Y digo yo que si el carbón es tan bueno, ¿por qué en mi tierra, que es muy minera, desde niños nos decían que los Reyes Magos le traen carbón a los que se han portado mal durante todo el año, y no a los niños que se han portado muy bien? Por algo será.
Pues no, los Reyes Magos se equivocan. El carbón es bueno, si lo sabrá el Gobierno, que ni tan siquiera cree en los Reyes. Voy a pedir a mis amigos geólogos que me lo expliquen otra vez. Aunque, bien mirado, a lo mejor la culpa no es del carbón.
Pedro Mielgo, ex presidente de Red Eléctrica.