El principal alegato del Gobierno frente a los mercados consiste en afirmar que los fundamentales de España no son malos. No le falta razón: el nivel de endeudamiento no se antoja excesivo, y vamos a cumplir con el déficit aunque sea a golpe de paquetitos.
Entonces, ¿a qué viene tanta tensión soberana? Estas cifras son consideradas normales en los años de crecimiento anteriores, bautizados como La Gran Moderación.
Se pensaba que ya no habría crisis porque éstas serían compensadas con la pujanza emergente. Ahora que los consumidores sufren la resaca, la gran moderación sólo existirá en el crédito. Y España se enfrenta al desafío de la cebra. Un cuadrúpedo que no tiene que correr más que el león, sino más que el resto de cebras.
Mientras la mayoría de países ya crece, España se queda atrás. Nuestros prestamistas, los inversores, prefieren irse a otro lado con mayores rentabilidades. Vista la falta de crecimiento, descuentan que se nos impondrá un paquete como los del FMI, sin ni siquiera poder devaluar.
¿Hace falta que, como en El Señor de los Anillos, Gandalf nos recuerde ante el monstruo un 'corred insensatos'?