Opinión

Lorenzo Bernaldo de Quirós: Ya no hay tiempo...

Cuando no son los mercados, es Merkel o cualquier otro enemigo externo empeñado en destruir el paraíso español edificado por el Gabinete del PSOE.

Sinembargo,laaccióndestructiva y desestabilizadora de las fuerzas extranjeras no tendría la misma efectividad sin la colaboración del enemigo interno, dispuesto a expulsar del poder al Gobierno por cualquier medio o a enriquecerse especulando contra la patria a costa del sufrimiento de millones de españoles.

Las teorías conspiratorias desempeñan un papel central en la imaginería y en el discursode la izquierda, y también, no conviene olvidarlo, de la extrema derecha clásica.

Ahora son la explicación última de los problemas económico-financieros de España. Las ?derechas mundiales?, los paladines del capitalismo global estarían empeñados en acabar con el experimento socialdemócrata español, último bastión europeo del socialismo.

De entrada, existe un error de base en el análisis de la crisis de deuda europea y de su contagio a España, a saber, la idea según la cual una acción concertada de los Estados es capaz de evitar la tormenta financiera y salvar a los países con problemas del riesgo de default. Este planteamiento es voluntarista, ingenuo y, en cualquier caso, de eficacia limitada.

Los gobiernos tienen escaso margen de actuación si los mercados deciden retirar la confianza a uno, a varios o a muchos países.

A medida que la ola de desconfianza se extiende, la capacidad de contrarrestarla se reduce. En un contexto de libre circulación de capitales, los inversores no van a continuar en aquellas economías que no sólo no les ofrecen posibilidadesde obtener una tasa de retorno razonable, sino que, además, les pueden infligir pérdidas sustanciales.

En consecuencia, si perciben un peligro de insolvencia, salen huyendo del país o de los países amenazados por esa situación.

Esto es elemental y responde a los mínimos criterios de racionalidad.

Desde sectores políticos y de la academia hispana se sostiene que los fundamentales de la economía española no justifican la desconfianza de los mercados. Para empezar, este enfoque se ve desmentido por la realidad.

Es obvio que la pérdida o el deterioro de la confianza en España ya se ha producido, comolo refleja el comportamiento de la bolsa, la brutal ampliación de la prima de riesgo de la deuda nacional frente al bund alemán, la evolución de los CDO, o el cierre de la financiación exterior, excepto el BCE, a la economía española.

Éste es un dato básico, y empeñarse en ignorarlo con declaraciones ?patrióticas? sobre la justicia o injusticia de los mercados y demás argumentos peregrinos no sirve para nada.

La realidad es que el sentimiento de los inversores hacia España ha cambiado a peor, y ese escenario no se alterará en el horizonte del corto plazo.

Quizá haya respiros coyunturales, pero no una inversión de la tendencia. Por el contrario, existen altas probabilidades de que empeore aun más.

Por otra parte, la tesis de la solidez de los fundamentales no es exacta.

Es cierto que España no tiene el mismo problema de déficit/deuda que Grecia; es evidente que no se ha producido un derrumbe del sistema bancario como en Irlanda? Los ejemplos podrían ampliarse.

Ahora bien, es claro que, en dosis menores, la economía nacional participa, o mejor, condensa todos los problemas que han forzado a rescatar esos países.

Si de manera aislada el desequilibrio del sector público no revestiría tintes dramáticos, mezclado con un sistema banca-cajas que no ha aflorado su situación real, con una pérdida de competitividad acumulada, con un economía cuajada de rigideces, con una burbuja inmobiliaria que no ha sido absorbida por el sistema económico etc., el cóctel resulta explosivo.

Desde esta óptica, España es una bomba de relojería y así lo perciben con razón los mercados, actúan en  consecuencia y eso es lo que importa.

Pero la fuente de la dramática coyuntura española no tiene una naturaleza económico-financiera, sino política. El Gobierno ha tenido un comportamiento errático desde el comienzo de la crisis y ha sido fiel a él hasta estos momentos.

Sin duda, España hubiese caído en recesión y hubiese tenido serias dificultades, pero las cosas no hubiesen llegado a los actuales extremos si el Gabinete hubiese respondido con una estrategia económica anticrisis distinta y desde el comienzo.

Lejos de hacer eso, ha desplegado una actuación contraria a la exigida por las circunstancias y sus rectificaciones han sido siempre tardías e insuficientes.

Esto ha creado una situación de inconsistencia temporal crónica y de manual que ha destruido la credibilidad de los agentes económicos yde los inversores en la política gubernamental y, por ende, en España.

Este panorama no se ha alterado ya que lasmedidas urgentes planteadas ayer por el Ejecutivo adolecen de las mismas deficiencias que sus antecesoras: son incapaces de estabilizar las finanzas públicas y de restaurar las bases del crecimiento.

El tiempo se ha acabado. Aunque el Sr. Rodríguez Zapatero se travistiese de Margaret Thatcher y pusiese en marcha un plan radical de ajuste presupuestario y de reformas estructurales, ya no bastaría para recuperar la confianza.

Ésta sólo puede renacer de un escenario distinto.

Bien de un nuevo Gobierno con la legitimidad, el apoyo y la voluntad para aplicar un verdadero programa de estabilización y crecimiento; bien por la imposición externa y forzada de un proyecto de esas características, lo que lleva implícita la necesidad de una intervención de la  economía nacional por los organismos internacionales.

Sólo esas dos opciones, en opinión de quien escribe estas líneas, serían capaces de evitar la debacle y, a la vista del calendario político-electoral, la segunda es la que tiene mayores posibilidades de materializarse.

La cuestión es qué tipodeintervención seproducirá? De eso escribiré otro día?

Lorenzo Bernaldo de Quirós. Miembro del Consejo Editorial de elEconomista.

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