Opinión

Reforma Laboral: seguimos a la espera

Los empresarios no ven una mejora de la situación económica para empezar a contratar. Vivimos unos años, desde 2008 a esta parte, en los que la crisis se ha hecho sentir con enorme rigor en sus ventas y sus cuentas.

Todo ello se ha traducido, inevitablemente, en ajustes dolorosos de plantillas con el único finde intentar sobrevivir. El problema es que, de cara al futuro, los empresarios no ven ni seguridad ni confianza, que son los dos elementos que podrían contribuir a alentar la inversión y el consumo.

Y por si fuera poco, han visto la actitud de los sindicatos, que ha desembocado en la convocatoria de una huelga general que, lejos de penalizar al Gobierno, ha querido hundir un poco más la situación de los empresarios, sin ofrecer ninguna alternativa que ayude a salir de la crisis o a atemperar sus efectos.

Resulta hasta cierto punto penoso que el Gobierno haya tardado tanto tiempo, ¡casi tres años desde que se oteaba la llegada de la crisis!, en tomar medidas en el ámbito laboral. Lo peor es que no aportarán la flexibilidad que necesita el mercado para crear empleo. Lejos de eso, la realidad nos muestra un panorama marcado por la rigidez, la intervención del Gobierno y de los sindicatos, y sin que tampoco ayuden los tribunales, muy alejados del conocimiento real de los problemas que viven las empresas en una situación de emergencia económica como la actual.

Errores y soluciones

La reforma laboral que ha acometido el Gobierno ha errado varias veces el tiro en su empeño de adoptar una fórmula que alivie las cifras del paro en España. En primer lugar, ha equivocado el diagnóstico del problema: no se trata de arbitrar medidas para facilitar el despido, el problema real y urgente que hay que acometer es facilitar la contratación. Y en relación con esta orientación de la reforma, la comunicación a la sociedad no ha podido ser más desafortunada al cargar el énfasis sobre los días de indemnización (45-33-20), en vez de insistir en las supuestas, si las hubiese, facilidades que otorga para contratar.

El nuevo marco laboral se configura como un embudo para imponer una modalidad única de contrato que prevé una indemnización de 33 días por año trabajado, cuando lo acertado, a nuestro juicio, hubiese sido flexibilizar las formas de entrada al mercado bajo diferentes modalidades que se adaptan a los perfiles profesionales y de experiencia de los candidatos.

Por citar sólo unas cuantas figuras, que coinciden con perfiles reales en la sociedad, habría que haber dado respuesta a los contratos para becarios, para el personal en prácticas, para los aprendices, para el trabajo temporal y a tiempo parcial, por obra, por estacionalidad de la producción, por formación?

En suma, habría que dejar libertad de contratación entre las partes, pero una libertad que se extendiese a cuestiones como el sueldo, la duración de la jornada, la forma de prestar el trabajo, etc. Alguna vez he dicho que la reforma laboral que está pendiente de realizarse en España debería ser ?para lograr el tan deseado efecto de crear empleo y salir de la crisis? completa, profunda, amplia, valiente, clara y, sobre todo, hecha a la española, a la medida de las empresas y del tejido empresarial y laboral español.

España es singular

¡Ojalá nuestra estructura económica fuese como la de Alemania, con un peso importantísimo de la industria! Pero no lo es. Los servicios representan cerca del 70 por ciento del PIB y, para el bien de nuestra economía, deberíamos intentar reducir esta cuota en beneficio de una reindustrialización de España, basada en el empleo inteligente de la tecnología.

Esta reforma profunda, amplia y valiente a la que me refiero debería centrarse también en la formación, prescindiendo del modelo de participación de sindicatos y patronales, que se ha revelado completamente ineficaz. Por el contrario, el nuevo marco formativo debería fijarse como objetivos promover la orientación profesional, multiplicar las oportunidades para que los recién titulados hagan prácticas enempresas y recuperar los talleres de aprendices, lo que antiguamente se llamaban oficios.

Puede resultar chocante, pero a algunas empresas nos cuesta trabajo en este contexto de crisis cubrir oficios en nuestras fábricas. ¿Es que pensamos que para trabajar sólo se necesita buena voluntad? Más que nunca es necesaria la formación especializada, orientada a las necesidades reales de las empresas para mejorar la  impleabilidad.

Uno de los efectos que ha traído la tan citada, y tantas veces denostada, globalización es una mayor exigencia de competitividad a las empresas, que ha de tener reflejo, inevitablemente, en una necesidad de mejora continua de la productividad. En ese contexto, sería muy importante que desde el propio sistema de enseñanza se sensibilizase a los jóvenes sobre una nueva actitud hacia el trabajo, basada en el esfuerzo y el gusto por las cosas bien hechas.

No puede ser que España lidere el ranking europeo del absentismo laboral, con una media del 10 por ciento, que dobla a la europea. Algunas cifras sitúan el coste de esta lacra para las empresas en más de 12.000 millones de euros. La consecuencia más dramática de la crisis son esos cerca de cinco millones de parados, y el riesgo de que, para muchos de ellos, esta situación se cronifique, lo que equivaldría a renunciar al empleo para la generación que tiene más de 50 años.

Las estadísticas señalan que tenemos un 40 por ciento de desempleados de larga duración que ya aguardan más de un año para encontrar trabajo, y la tendencia es que esta cifra siga en aumento, hasta afectar a finales de este mismo año a más de dos millones de personas.

Por una cuestión de justicia y de solidaridad con esas personas, muchas de ellas amigas y familiares, gente de nuestro entorno, el Gobierno debe reaccionar, y con él la sociedad entera, para comprender que, por difícil que se nos haga, ni el mundo ni las reglas que rigen actualmente la economía son los de hace 50 años, ni siquiera los de hace 15 ó 10, ni las soluciones pueden ser las mismas. Comprenderlo, y ponernos manos a la obra, nos ayudará a recuperar el optimismo y la confianza.

Clemente González Soler es presidente de la Asociación para el Desarrollo de la Empresa Familiar de Madrid (ADEFAM).

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