Opinión

Editorial: El abrazo del oso de Zapatero ahoga a unos sindicatos politizados

Tocqueville decía que era fácil ver a los gobiernos ocupando el lugar de las asociaciones en una espiral viciosa por la que, bajo la excusa de ayudar, se extenderían cada vez más. Hoy, unas asociaciones tan esenciales para el buen funcionamiento de nuestra democracia como los sindicatos se la juegan. Si fracasan en su movilización, esta jornada de huelga general podría propiciar el cambio que precisan para liberarse de sus servidumbres partidistas.

A lo largo de los últimos 35 años, estas organizaciones han cambiado bastante. Durante la Transición, caminaron de la mano de los partidos. Pero el vínculo se fue desvaneciendo. CCOO pudo sobrevivir al hundimiento del PCE gracias a que se independizó de éste. Más tarde, Fidalgo exaltó todavía más esta autonomía al tiempo que sumaba afiliados de izquierdas y derechas. Por su parte, Redondo pasó en UGT de respaldar a González como líder del PSOE a convertirse en uno de sus rivales. Las políticas de Boyer y Solchaga provocaron el divorcio... hasta que la llegada de Zapatero produjo una involución en el modelo. Toxo y sobre todo Méndez cayeron por el progresismo del actual presidente en una suerte de abrazo del oso.

Mientras se les avisaba de lo insostenible de la situación, Zapatero afirmaba que no aprobaría una medida sin el visto bueno sindical. El idilio sindicatos-ZP abocó al país a la parálisis. Al final, Bruselas y los mercados tuvieron que dictaminar un giro. Y ahora los ciudadanos saben que no hay vuelta atrás posible. Pero los sindicatos han sido cogidos en paños menores. Tienen que salvar la cara canalizando una frustración lógica entre la gente, sin embargo, ¿qué credibilidad tienen ahora? ¿Qué van a conseguir si han descafeinado ya la reforma laboral y los recortes son necesarios?¿Es el contexto adecuado? ¿A quién representan? Se les ve sólo defendiendo a los trabajadores indefinidos y sus propios privilegios adquiridos fruto de su relación con el poder. De ahí la opacidad respecto a sus cuentas o sus afiliados. No se entiende ni su discurso ni contra quién va la huelga. Parece más bien dirigida contra los empresarios o la oposición, en lugar de contra el Gobierno. No es de extrañar que Toxo dijera que era "una putada", no sólo por la pérdida de sueldos o los problemas para las empresas. Ellos intentan que el Ejecutivo no se desgaste porque ¿acaso piensan ustedes que la mayoría de los huelguistas va a votar a otro partido distinto del PSOE? Y el propio Gobierno no querría el hundimiento de uno de sus apoyos. De ahí que ya hayan empezado las palmaditas en la espalda. Zapatero ha declarado que hará esfuerzos para retomar el diálogo con los sindicatos, lo que puede tener un efecto nefasto en la letra pequeña de las reformas.

Hoy, el seguimiento puede resentirse. Los medios de comunicación, donde en parte se medirá el éxito de la convocatoria, ya han reaccionado contra tal tomadura de pelo. Ahora, los sindicatos sólo mostrarán su fuerza si logran detener el país. Flaco argumento. Zapatero ha sido hábil difuminando y retrasando la obligada reforma de las pensiones, algo que podría haber atraído adhesiones en masa. Encima, aprovechará que los mercados contemplan el nivel de contestación como un termómetro de su capacidad para hacer lo que debe. Su abrazo del oso ha dejado vacías a estas organizaciones cuando se trata de instituciones imprescindibles. Sería importante que un fracaso de esta huelga se tradujera en una renovación de su mentalidad. En otros países, la negociación entre agentes sociales no es confrontacional sino regida por la colaboración. Tienen objetivos comunes. Roosevelt decía que una nación libre y democrática necesita de unos sindicatos libres e independientes. Así sea.

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