La primera vez que uno tiene la oportunidad de subirse al metro de Londres, he de reconocer que resulta especialmente curioso que te informen por los altavoces en cada parada de que entre el tren y el andén hay un agujero. Mind the gap between the train and the platform, con tono estridente, se escucha una y otra vez en cada estación.
Quitando a algún incauto que tras oírlo le da por comprarse una camiseta propensa a desteñir, con la manida frase estampada en el pecho, lo más común es que genere una cierta pesadez mental. ¿Están locos los responsables de transporte inglés?, ¿es necesario ser tan pesados y recordarlo una y otra vez? Me temo que la condición humana así lo requiere y les diré por qué.
Lehman, dos años después, es el perfecto ejemplo para dar la razón al jefe del metro británico y también al que escribe en los pasos de peatones hacia dónde hay que mirar. Nos hemos distraído 24 meses erróneamente pronosticando el fin de la industria de los hedge funds, demonizando a unos instrumentos, como los Credit Default Swaps -que son eminentemente unos seguros para proteger inversiones- y volvemos a olvidarnos del verdadero riesgo que afecta al dinero de todos, instituciones y particulares, y que no es otro que el riesgo de contrapartida. Esta vez no se puede echar la culpa a los medios de comunicación, porque se hartaron de repetirlo.
Recordémoslo una vez más, porque nos van los ahorros en ello. Cuando compramos un producto, aunque parezca paradójico, no es tan importante la entidad a la que lo compramos. Lo que es fundamental es ver qué otras entidades participan en las compraventas o gestión de las tripas de lo que estamos adquiriendo. Por simplificarlo, si compro un producto en la entidad A, de máxima solvencia, pero dentro de lo que invierto lo que hay es bono de Lehman o una estructura garantizada por Lehman, por muy segura que fuera la entidad A, nos quedamos sin dinero.
Ése es el riesgo de contrapartida, el gap o agujero que podemos encontrarnos en algunos depósitos, hedge funds, ETF (Exchange Traded Funds, fondos cotizados) e, incluso, en fondos, y del que nunca podemos olvidarnos. Por supuesto que, puestos a hacer de abogados del diablo, podemos encontrar hoy en día muchos y variados candidatos a reeditar el fantasma de Lehman.
El riesgo de los ETF
Se ha popularizado la idea de los ETF como productos muy líquidos y sin riesgo, porque se limitan a replicar un índice. ¿Sabían que para replicar un índice de bolsa americana en algunos casos se hace comprando bolsa japonesa y un conjunto de bonos? Raro, ¿verdad? ¿Saben, además, que cuando compran un ETF de renta fija europea, cuanto peor va Grecia y más deuda emite, más bonos helenos compra a través del mencionado producto?
El mercado vuelve a inundarse de productos que apuestan por subidas y bajadas en materias primas, productos que invierten en países emergentes a tres años con la divisa cubierta o los que utilizan swaps para replicar hedge funds. ¿Nos damos cuenta de que custodiar acciones de Telefónica no es lo mismo que fanegas de trigo? ¿De verdad pensamos que la liquidez de una cobertura de divisas en países emergentes es la misma a un mes que a tres años? Bienvenidas sean las medidas de recapitalización, el incremento de la transparencia que persiguen Basilea III y las nuevas directivas de la Unión Europea, pero no nos engañemos. No se le pueden poner puertas al campo, ni limitar a las entidades ni a los productos hasta un punto en el que se pueda garantizar al cien por cien que no hay riesgo de contrapartida.
Éste es intrínseco al mundo capitalista. Cuando unos invierten dinero con la idea de poder recuperarlo al día siguiente y las entidades financieras lo prestan a 10 ó 30 años para que otros monten empresas o compren casas, el gap, "el posible susto", o el riesgo de contrapartida siempre va a estar ahí.
¿La solución, el depósito?
¿Es la solución tirar por la calle del medio y decir que esto se soluciona invirtiendo en productos sencillos, depósitos, o comprando los bonos de toda la vida? Claramente, la respuesta es negativa. Un depósito también tiene riesgo de contrapartida, y un bono, además de tenerlo, se enfrenta a un escenario difícil cuando empiecen a subir los tipos de interés.
La única manera de minimizarlo es contando con asesores profesionales que valoren cada producto, cada entidad, y en cada escenario de mercado. El riesgo de contrapartida es como el cáncer. No es de pobres, ni de ricos, no es de unos productos en concreto, ni limitado únicamente a un tipo de entidad. Lo fueron bancos de inversión como Lehman, lo fueron bancos comerciales como en Islandia, y lo puede ser un Gobierno. Como les decía, podemos encontrarlo tanto en un sencillo depósito o en un sofisticado hedge fund.
No obstante, no es menos cierto que, igual que si eres fumador tienes más papeletas para sufrir cáncer de pulmón, también hay que decir que hay productos o entidades más propensos y se pueden tomar precauciones. Así es, y por ahí va la única manera de minimizar el riesgo de contrapartida. Con entidades grandes o pequeñas, independientes o de grandes grupos financieros, las que ustedes consideren que van a defender mejor sus intereses, pero, por favor, no dejen de asesorarse. Es clave.
Por eso, terminaré como he empezado, recordando la gran lección que nos dejó Lehman. Mind the gap, porque no hay producto infalible. Dediquen el doble del tiempo a hablar de riesgos en lugar de rentabilidades e incorporen entre sus preguntas al camaleónico riesgo de contrapartida, porque, por pequeño que sea, siempre lo hay.
Juan Ramón Caridad, CAIA, FIA, Director General de Swiss&Global Iberia.