Cuando se creó Navantia, el negocio de los astilleros públicos sufrió una de sus mayores reestructuraciones. La parte civil procedente de Izar tuvo que venderse o cerrar, y la militar se embarcó en este nuevo proyecto. Cinco años después, la compañía tiene que aprender de una vez por todas a navegar sola sin la ayuda del Estado. Algunas factorías como la de Cartagena, especializada en submarinos, o la de Ferrol, centrada en fragatas, llevan años mirando al mercado internacional para buscarse las habichuelas más allá del Ministerio de Defensa.
Pero Cádiz no ha sabido hacer los deberes y el barco de la carga de trabajo comienza a hundirse. Tras haber eliminado 4.000 empleos desde 2009, puede perder otros 2.000. El Gobierno busca soluciones para no perder votos... Pero la empresa debió reaccionar antes.