El Gobierno ha aprobado unos Presupuestos Generales del Estado que vienen determinados por los compromisos de ajuste impuestos por Bruselas. De un primer análisis macro puede deducirse que contienen unas previsiones de crecimiento e ingresos ligeramente optimistas, una estimación del gasto en desempleo que lo fía todo a que los parados de larga duración pasen a cobrar el subsidio de 420 euros y disminuya el gasto medio, una versión clásica del impuesto para ricos que contiene una subida del tramo máximo del IRPF, y poco más. Son, en síntesis, unos presu- puestos restrictivos sin política, un recorte de gasto sin criterio, un inevitable ajuste sin prioridades claras ni estrategia definida. Un presupuesto de fin de régimen en el que las únicas novedades vienen condicionadas por la negociación con el PNV.
Son unas cuentas públicas que se compadecen con la previsión que tiene el Ejecutivo de que la recesión ha terminado y basta con demostrar voluntad de recortar el déficit para que las cosas vuelvan a la normalidad. Pero se compadecen mal con la realidad. Con la realidad de una economía que se ha vuelto a enfriar, si no a contraer, y que ha obligado a la Reserva Federal a nuevas expansiones monetarias y ha dejado al BCE fuera de juego. Se compadecen mal con la realidad de unos mercados financieros que siguen intensamente tensionados, con una crisis de la moneda europea que no acaba de disiparse y con una elevada probabilidad de que Irlanda y Portugal sigan el camino griego y sean rescatadas por el Mecanismo Europeo de Estabilización. Un evento que alteraría todas las previsiones y para el que, es cierto, el Gobierno no puede presupuestar, pero sí tener preparado un plan de contingencia.
La reversión a la media es la obsesión de todo economista que hace proyecciones. Y una fuente habitual de errores de política, porque se suele elegir el periodo de referencia temporal que más convenga a los intereses del momento. Me explico: si uno toma los últimos diez años como referencia, la reversión a la media implica que España volverá gradualmente a tasas de crecimiento en torno al 3 por ciento. Ese esquema mental es la referencia que subyace a los Presupuestos y que se refleja claramente en las declaraciones del presidente dando por terminada la crisis y asegurando que no hacen falta más reformas. Pero es un error, porque esos años son extraordinarios y no van a volver. Son años de crecimiento demográfico inusual, cercano al 3,5 por ciento anual, de tasas de inversión media que superaban en más de cinco puntos el ahorro nacional, de ritmos de crecimientos del crédito privado del 30 por ciento, de creación de empleo anual superior al medio millón de puestos de trabajo.
Los Presupuestos piensan que basta un pequeño apretón para que las cosas vuelvan a ser como antes. No es posible. La crisis no es coyuntural, sino estructural. Hay que solucionar los excesos inmediatos, y es justo reconocer que, en eso, los Presupuestos, por convencimiento o disciplina europea, hacen un trabajo aceptable. Pero no diseñan un futuro creíble. Se argumenta que para ese objetivo está la ley de Economía Sostenible, que también esta semana se ha beneficiado del pacto con el PNV y ha iniciado su tramitación parlamentaria tras muchos meses en estado de coma. Pero eso es una broma. Porque sería un error rescatar la ley de acompañamiento de los Presupuestos y porque confiar en que su contenido incorpora las reformas que España necesita es como confiar en la reversión a la media.
Fernando Fernández, IE Business School.