El modelo de crecimiento irlandés, que se basaba en un mercado de capital en su mayor parte desregulado combinado con imbatibles impuestos bajos para bancos y empresas, fue durante años del agrado de Bruselas. Las subvenciones de miles de millones ayudaron a tapar las fricciones que se daban, por ejemplo, entre el impetuoso desarrollo económico de Dublín y las zonas rurales más pobres.
El antaño tigre celta fue acarreando de este modo un peligroso virus durante mucho tiempo. Su nombre: crecimiento a cualquier precio. Entonces, la crisis financiera internacional hizo que el proyecto se fuera a pique. En realidad, el problema irlandés también es una cuestión europea.
La eurozona ha perdido la ocasión de elaborar un modelo económico consistente para sus países periféricos. Éste debería incluir una política uniforme de impuestos a las empresas así como el final de las subvenciones. De otro modo, se volverán a producir burbujas que seguro explotarán en algún momento.