Cuando en medio de esta crisis que azota a unos y a otros por igual nos asomamos al problema del desempleo en otros países de la zona euro, nos encontramos con unos datos conocidos pero que no dejan de sorprender. ¿Cómo es posible que mientras que en España el desempleo está aproximándose al 20%, en Grecia no llegue al 10%, en Francia sea del 9, en Italia del 8, en Alemania del 7 y en Dinamarca apenas llegue al 4%? ¿Qué estamos haciendo mal?
Cuando a igualdad de dificultades nosotros duplicamos con creces las tasas de desempleo, la respuesta a la pregunta sólo podemos encontrarla en el encargado de regular, principalmente, ese problema: la legislación laboral . Y con estas cifras podemos concluir que hay algo que falla y que se requiere una profunda transformación.
Para atajar esta situación tan perentoria, ha tenido lugar la reforma laboral , finalmente aprobada este mes mediante Ley 35/2010 de 17 de septiembre (en publicación del BOE del día siguiente). Llevamos meses barajando estas dos palabras: reforma y labora . Llevándolas de aquí para allá. Han hecho resurgir debates intensos y han llegado a promover hasta una huelga general. Pero lo realmente importante, lo que debe hacernos reflexionar, es si lo que tenemos sobre la mesa es el remedio para, en primer lugar, detener la hemorragia del desempleo y, en segundo lugar, emprender la senda de la recuperación creando empleo y que éste sea de calidad.
Credibilidad nula de los sindicatos
La respuesta, por desgracia, es claramente negativa. Tras la reforma , seguimos teniendo un sistema de relaciones laborales anclado en el modelo previo a la Constitución. Nunca como ahora los interlocutores sociales han tenido tanto descrédito. El sindicalismo ha pasado de ser un elemento necesario para la defensa de los intereses de los trabajadores a estar completamente denostado por la opinión pública. En la manifestación que se celebró este fin de semana en Madrid por la Guardia Civil, se asistió a una sonora pitada cuando aparecieron, casi al final, los secretarios de los sindicatos más representativos.
Qué duda cabe sobre que la reforma aprobada en junio y enmendada durante el verano supone un avance. Sin embargo, no es la reforma que requieren los momentos en los que nos encontramos. Tenemos un enfermo que requiere de bisturí y apenas le estamos dando analgésicos para que deje de sentir el dolor.
Reforma incompleta
La reforma laboral ha dejado de lado elementos esenciales que deben llevarnos a la flexibilidad que nos permita crear empleo estable y de calidad, a la vez que nos prepare para afrontar con garantías procesos de freno en la economía.
Entre los puntos que no se han tocado en esta ocasión y que hacen que una vez más hayamos perdido una gran oportunidad, se encuentra la nula reforma de la prestación por desempleo, desincentivadora de la búsqueda rápida de un nuevo trabajo; una negociación colectiva totalmente obsoleta que no responde al dinamismo y flexibilidad que demandan las empresas y el tejido laboral; no se rebajan los costes fiscales y sociales del empleo, manteniéndonos en unos de los niveles más altos de la Unión Europea, con lo que nos convertimos en un país que espanta a las empresas extranjeras.
La intermediación laboral no se liberaliza totalmente, con lo que este elemento dinamizador de las personas en situación de desempleo se mantiene encallado. Hemos perdido una oportunidad única para frenar el absentismo, auténtico cáncer de nuestro sistema productivo.
Respecto a las políticas activas de empleo, mantienen su carácter burocrático, rígido y poco eficaz. El despido perpetúa la inseguridad jurídica de las empresas. Apenas se ha avanzado en lo que se refiere al despido objetivo, eliminando la nulidad por defectos de forma. En todo lo demás, continuamos sin criterios claros y distintos que permitan adoptar una decisión sin el temor a ser recalificada según el criterio, más o menos sentado, de los tribunales.
Estamos, por tanto, ante una reforma que no ataja los verdaderos males y problemas que nos aquejan. Se ha cerrado en falso otra oportunidad para flexibilizar la estructura de nuestro mercado de trabajo y ser competitivos en un entorno productivo globalizado y cambiante, que seguirá diezmando, como a lo largo de estos dos años, nuestro mercado de trabajo. Vivimos con un modelo laboral asentado en el pasado, en un entorno económico global radicalmente distinto. Casi el 20% de desempleo y su más que previsible aumento en los meses de otoño e invierno lo atestiguan.
Sin espíritu reformista verdadero, no cabe esperar mejorar nuestro estado y, según pasa el tiempo, el problema se agrava y comenzaremos a discutir no tanto sobre cuánto empleo se puede seguir destruyendo, sino si en algún momento podremos recuperar a todas esas personas que lo perdieron y no encuentran un puesto de trabajo, bien sea porque las empresas han abandonado España para buscar mercados más flexibles, tampoco muy lejos de aquí, bien porque se han alejado tanto de la vida laboral , que les resulta complicado reengancharse.
Íñigo Sagardoy de Simón, abogado. Profesor de Derecho del Trabajo. Universidad Francisco de Vitoria.