Corren ríos de tinta sobre lo que significa que la economía china supere a la japonesa; aunque quizá sea más importante lo que no significa: mayor poder adquisitivo chino, prolongación de la esperanza de vida, mejor sanidad y educación, libertad de prensa, de reunión, religión y expresión, seguridad en las carreteras, normativas de construcción, elecciones libres, aire y agua limpios o armonía social.
Es fantástico que China crezca al 10%, pero no se dejen llevar por las implicaciones de esa situación. Pekín se enfrenta a la abrumadora tarea de llevar su renta per cápita a las alturas de la de Japón, diez veces superior. Eso es lo que importa, y habrá que esperar una década para saber cómo lo conseguirá.
China está cambiando la economía global, pero no siempre para mejor. Dos fenómenos que crecen ante nuestros propios ojos son la proliferación del modelo autoritario y el predominio de la economía Wal-Mart, que, en ambos casos, representan una carrera hacia los despropósitos.
China y... ¿su modelo a seguir?
No apuesto contra China porque sólo los más cínicos y miopes querrían un fracaso chino, y a nadie le interesa que una quinta parte de la humanidad esté enredada en una situación económica adversa. Sin embargo, el país tendrá que enfrentarse a la Historia, porque ningún gigante económico se ha salvado de una gran crisis.
Si China quiere eclipsar a Estados Unidos en 2027, como pronostica el economista londinense de Goldman Sachs Jim O'Neill, deberá crecer a los índices actuales indefinidamente. PricewaterhouseCoopers dice que ocurrirá en 2020.
Por el momento, la trayectoria china es un anatema de lo que Adam Smith nos enseñó sobre la naturaleza del desarrollo económico.
"China legitima el ejemplo de mercado autoritario", asegura Stefan Halper, alto miembro del Magdalene College de Cambridge y autor de The Beijing Consensus.
Con el capitalismo a la americana hecho añicos y Europa saliendo de una maraña, las naciones en desarrollo piden a voces nuevos ejemplos a seguir. Países como Angola, Myanmar o Venezuela ven el capitalismo estatalizado de China, combinado con un gobierno autoritario, como un camino mejor que el de la liberalización y la democracia.
El que se genere un mercado floreciente sin transparencia ni libertad de prensa me supera. Wall Street llevó las cosas demasiado lejos y actuó vergonzosamente a causa de la falta de supervisión. Pero China tiene el problema contrario.
Los inversores se cuestionan los datos chinos por una razón. No sólo porque los funcionarios los calculen con unos medios muy modestos siempre de acuerdo con las predicciones de los economistas de Nueva York. De alguna manera, el país pretende resumir en su cifra de crecimiento del PIB un sistema estructuralmente desequilibrado de más de mil millones de personas en niveles muy distintos de desarrollo, una sana economía sumergida y unos gobiernos locales que basan sus presupuestos en los informes de crecimiento rápido.
La propagación de la economía Wal-Mart, ese esfuerzo creciente por producir en masa al mínimo coste, también es digno de observación. La reticencia china a dejar que el yuan se fortalezca subraya la prioridad de sus exportaciones. A medida que China crece, también lo hace el alcance y la eficiencia de su maquinaria comercial. Y eso sería perfecto si la producción se estuviera traduciendo en rápidos aumentos del consumo doméstico, pero no es así.
Se han abierto claros de luz en ese frente, como las exigencias de una subida salarial de los obreros de las fábricas, aunque hay límites a los que el Gobierno no va a permitir que se llegue: no quieren que suban los ingresos para que no se alimente la inflación o se reduzca la competitividad. Los chinos, como los alemanes, seguirán produciendo más de lo que consumen. Y sus empresas reinvierten gran parte de lo que ganan, mejorando así la máquina.
No es oro todo lo que reluce
La noticia de que China ya es el mayor mercado de coches y móviles, y LVMH y Louis Vuitton han entrado en el país con la directa puesta es engañosa. Sugiere que grandes bolsas de consumidores pueden permitirse ese tipo de artículos y no es verdad, ya que el poder adquisitivo chino crece por debajo de su capacidad para vender más barato que la competencia en la producción de bienes y servicios.
A medida que China mejore en su capacidad para producir en masa barato, otras naciones en desarrollo saldrán perdiendo. Hasta hace poco, los países asiáticos como Indonesia o Filipinas mostraban euforia por el crecimiento chino. Ahora se han dado cuenta de que es más un juego de suma cero de lo que habían previsto. Y es de esperar que esta dinámica aumente con el tamaño chino. Una situación geopolítica en ciernes, pero de gran importancia.
Tal vez China se acabe arrepintiendo de adelantar a Japón. A sus líderes se les preguntará más por el cambio climático, Corea del Norte, los acuerdos energéticos, el apoyo a gobiernos dudosos e incluso los derechos humanos.
El tamaño importa menos que la calidad del crecimiento. China, por ejemplo, superó a Japón en registros de patentes de marcas en 2009. Si hay más progresos en este área, quizá China se acabe convirtiendo en el nuevo Silicon Valley. Esto es, si su modelo de economía estatal no ahoga la innovación.
El potencial emprendedor es una de las principales razones por las que los inversores son optimistas en cuanto a China. Los japoneses se han sumergido ahora en una reflexión para averiguar por qué han llegado al número tres. Ésta es la respuesta: en China hay 1.300 millones de personas que trabajan con ahínco para burlar las leyes del Estado y ganar yuanes rápidos. Japón tiene 126 millones de habitantes que se quejan de que el Gobierno no les está solucionando la vida.
Pase lo que pase, China tendrá que trabajar todavía más para derribar a EEUU del primer puesto.
William Pesek, analista de Bloomberg.