Durante diez semanas he ido resumiendo, capítulo a capítulo, los contenidos del informe que por encargo del Consejo Europeo ha elevado hacia el mismo el grupo de expertos presidido por Felipe González. Salvo ligerísimos y escasos comentarios me he limitado a trasladar a los lectores análisis, opiniones y propuestas del citado colectivo, ya que los mismos tienen como receptor al más alto organismo ejecutivo de la Unión Europea.
Llama la atención el escaso seguimiento que los medios de comunicación -con excepciones, como la del periódico elEconomista- le han prodigado al documento; toda una evidencia de lo que los problemas de fondo interesan a la opinión publicada y, por ende, a la pública.
El texto del informe -en su parte crítica- no dice nada nuevo ni distinto de lo que ya se adujo por parte de los opositores a Mäastricht o al proyecto de la llamada Constitución Europea, tanto en la década de los noventa como en la ya acabada.
Una economía cada vez más interrelacionada exige como corolario una unidad política que abarque todos los ámbitos inherentes a un proyecto común; es decir, situarse en los umbrales de una supranacionalidad federal. El no hacerlo así supone la existencia de facto de una Unión Europea de geometría variable, cuando no de una almáciga que sólo se pone de acuerdo para desarrollar los intereses económicos, sociales y territoriales minoritarios aunque hegemónicos.
Pero los llamados "sabios" incurren -de manera reiterada y tautológica- en el error de asentar las bases de sus propuestas en los mismos conceptos y valores que ya se están mostrando ineficaces: competitividad, mercado y crecimiento sostenido.
De tal manera que los valores de justicia, libertad e igualdad aparecen como secundarios y dependientes de los otros. Se limitan a desarrollar el cuento de la buena pipa. Como el chotis, no salen de un ladrillo.
Julio Anguita, ex coordinador general de IU.