N o es que pretenda defender unos instrumentos con una muy mala fama y peor prensa, como es el caso de los derivados. Pero el actual acoso al que están siendo sometidos puede tener algunos inconvenientes que quizá no están siendo lo suficientemente valorados. Estos productos, los derivados, que no son algo novedoso -hay referencias de su utilización en el año 2.000 a.C.-, se empezaron a utilizar por el sector financiero en los años setenta del siglo pasado, básicamente con la finalidad de cubrir riesgos de naturaleza financiera (tipo de interés, tipo de cambio, cotizaciones bursátiles). Ya antes se empleaban para proteger igualmente riesgos en el precio de muchas mercancías, productos energéticos, metales, etcétera. Por lo tanto, su finalidad básica original, aunque no la única, es la cobertura de riesgos. Está claro que hay muchos agentes que operan con estos instrumentos con otra finalidad: la especulación. ¿Es eso malo? No.
Podemos entrar en una discusión sin final cercano sobre la ética de las finanzas, pero si hay algo que está claro es que el éxito del producto, del mercado donde se negocia y, por ende, la posibilidad de que un agente quiera cubrirse de un riesgo de precio mediante estos mecanismos pasa única y exclusivamente por la liquidez de esos mercados. Y si hay alguien que pueda aportar esa liquidez, ésos son los especuladores, sin ningún tinte despectivo, por tanto, en esta expresión.
Hay multitud de casos, en España tenemos ejemplos de ello, de mercados que han fracasado y desaparecido sólo porque no se ha atraído suficientemente a agentes especializados en este tipo de operativa -los especuladores-, que aportan esa característica tan positiva y perseguida, no sólo por el propio mercado -que no deja de ser una empresa que busca su beneficio en forma de mayor número de operaciones-, sino también de esas empresas que acuden al mercado para cubrirse de riesgos. No acudirán nunca si creen que no va a existir liquidez suficiente como para poder deshacer su posición -salir del mercado- en cualquier momento, de forma que puedan ajustar sus niveles de riesgo en función de modificaciones en las previsiones.
Y esto es sólo una de las cuestiones que el exceso de regulación y control puede limitar. En próximas entregas iremos repasando algunos de estos otros argumentos.
Ignacio López Domínguez, director del Centro de Investigación Financiera (Universidad Nebrija).