La comisión que presenta ante el Consejo Europeo sus análisis y previsiones para el futuro concluye reiterando las dos ideas básicas que han ido recorriendo todo el informe.
La primera consiste en advertir sobre los retos que deben ser ya asumidos por la Unión Europea (UE) como consecuencia de la situación de interdependencia globalizada: renovar el modelo económico y social europeo, crear la sociedad del conocimiento "otorgando poder a la persona", aprovechar lo mejor posible las "pautas demográficas cambiantes y la inmigración", transformar la escasez de energía y el cambio climático en nuevos vectores para el desarrollo económico y social, instalarse en el correcto equilibrio entre libertad y seguridad y aportar una contribución importante a la creación de un mundo en el que la Unión Europea (UE) sea algo más que un mercado común; es decir, un compromiso con los Derechos Humanos (DDHH), la paz, la libertad y la solidaridad.
La segunda estriba en señalar cuán lejos están las actuales estructuras institucionales y políticas de servir para tal fin.
Señalan los informantes que en la mayor parte de los casos los Estados miembros se han encerrado en sí mismos con notorio detrimento del interés europeo común.
Y esta actitud ha conllevado la desmovilización del interés de la ciudadanía europea no sólo ante los procesos electorales, sino también ante los grandes eventos, tratados y acuerdos.
Pero cuando, tras el diagnóstico basado en el pertinente análisis, el lector espera líneas de actuación de largo aliento, los sabios ponen el acento en la cooperación reforzada y los procedimientos simplificados de decisión, incorporados ambos al Tratado de Lisboa de diciembre del 2007, el cual -y por múltiples causas inherentes al impasse en el que se halla la construcción e integración europea- está prácticamente hibernado desde su aprobación hace tres años.
Difícil consenso el de los informantes.
Julio Anguita, ex Coordinador General de IU.