Opinión

Lorenzo B. de Quirós: EEUU por el mal camino

La debilidad de la economía norteamericana, el aumento del desempleo y el riesgo de una recaída en la recesión han llevado al Gobierno estadounidense a plantear un nuevo paquete de estímulos fiscales para relanzar la actividad. La Administración Obama parece convencida de que sus hiper agresivas estrategias keynesianas han pecado por defecto en lugar de por exceso y es necesario ir aún más allá.

Hoy, como ayer, la política del gabinete demócrata adolece de un error de comprensión de la naturaleza de la crisis y, en consecuencia, de las medidas necesarias para superarla. Desde esta perspectiva, el keynesianismo hidráulico practicado por las autoridades de los EEUU amenaza con introducir al país en una dinámica de bajo crecimiento durante un dilatado periodo de tiempo.

Cómo han demostrado Carmen Reinhart y Kenneth en su monumental libro titulado con ironía This Time is Different, la evidencia empírica muestra que las profundas crisis financieras se ven seguidas por periodos de débil crecimiento con altas tasas de desempleo. Ahora bien, esta situación puede verse prolongada o acortada en función de la política económica desplegada por los gobiernos. En esa misma línea, los intentos de combatir las fuerzas recesivas con actuaciones fiscales y presupuestarias expansivas tienen serias posibilidades de desembocar en crisis de deuda. Esta tesis se ve apoyada por una amplia experiencia histórica si se analizan las crisis financieras registradas en los últimos ochocientos años.

Al analizar el estado de la economía norteamericana es evidente que el haber llevado el déficit público al 13 por ciento del PIB y el haber colocado la ratio deuda pública/PIB al 119 por ciento, el nivel más alto desde el final de la Segunda Guerra Mundial, no ha servido para reactivar la economía y sí parece, como reflejan recientes trabajos econométricos, que ha tenido efectos contractivos. En concreto el mutiplicador keynesiano del gasto ha funcionado como un restador. Cada dólar gastado por el Gobierno podría haber restado 3,40 dólares al crecimiento económico. En otras palabras, la fe obamita en los efectos expansivos de la política fiscal se ha saldado con un enorme fracaso (ver Uhlig H., Understanding the Impact of Fiscal Policy, The American Economic Review, may 2010).

Si el impacto estimulante del keynesianismo hidráulico es irrelevante o negativo en un escenario de crisis económica normal, es todavía menor y más perverso en el contexto de una crisis financiera. Las razones son evidentes. Por un lado, un sistema financiero tan golpeado por la crisis como el norteamericano tarda tiempo en normalizar su funcionamiento. Por otro, el consumo y la inversión no reaccionan a los estímulos en un escenario de elevado endeudamiento del sector privado. En estas condiciones, las familias y las empresas no consumirán ni invertirán más en tanto en cuanto no reduzcan de manera sustancial sus deudas. En cualquier caso, si la causa determinante de la crisis fue un exceso de crédito, no parece razonable pensar que los problemas se solucionan suministrando más alcohol a un enfermo de cirrosis.

La generación de un enorme endeudamiento del sector público genera además efectos contractivos adicionales que contribuyen a deprimir todavía más el impacto depresivo de una crisis financiera sobre las decisiones de gasto y de inversión de los hogares y de las compañías. Ambos agentes descuentan que el agujero en las finanzas estatales conducirá de manera inevitable a un aumento de los impuestos para reducirlo. Por tanto gastan e invierten menos para afrontar una carga tributaria mayor en el futuro. Esto deprime la demanda interna, el crecimiento de la economía y, por tanto, los ingresos fiscales. El resultado es que el binomio déficit/deuda tiende a crecer. De nuevo, esta afirmación se ve soportada por una extensa literatura económica y por una ingente evidencia práctica.

Por último, el incremento exponencial del endeudamiento público alimenta las expectativas y la tentación de recurrir al impuesto inflacionario para financiarlo, esto es, a que el Banco Central reduzca el peso de la deuda con inflación ante la imposibilidad de hacerlo con aumentos impositivos o con el crecimiento económico. La consecuencia de ello es una elevación de los tipos de interés a largo plazo, lo que deprime de nuevo el gasto privado. En el extremo, ésa ha sido la fuente de todos los procesos hiper inflacionarios registrados a lo largo de la historia. En el caso de EEUU, el recurso a una masiva monetización de la deuda causaría un daño extraordinario a la credibilidad del dólar, a su carácter de moneda reserva y en consecuencia la inversión extranjera en activos denominados en la divisa norteamericana. Obviamente, esto agudizaría los problemas de financiación de la economía de EEUU.

En suma, América está al borde de un precipicio. El keynesianismo irresponsable de la Administración Obama amenaza con llevar a la primera economía del mundo a una situación insostenible. El presidente norteamericano se ha transformado en el Jimmy Carter del siglo XXI, aquel inolvidable cacahuetero de Georgia que llevó a EEUU a los umbrales de la decadencia.

Lorenzo B. de Quirós, miembro del Consejo Editorial de elEconomista.

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