La reducción de barreras comerciales, la agrupación económica de áreas supranacionales y la rapidez del crecimiento de la industria -y del conjunto de la economía- en los países emergentes han supuesto una recomposición de la actividad productiva en la mayor parte del mundo y, consecuentemente, un replanteamiento de los sectores productivos.
En el gráfico se aprecia la trayectoria de la distribución sectorial de la economía española. En las últimas cuatro décadas, la agricultura perdió un 78,2% de su peso relativo, aunque no de su importancia, como se ilustra más adelante. La construcción ha tenido altibajos que la dejarán en 2010 por debajo de la contribución que le correspondía en 2009, sube el peso de los servicios como en todo el mundo y cae el de la industria a una cuota inferior a la mitad de la inicial. Esta evolución está en línea con la de los países desarrollados, las diferencias están en el ritmo al que se produce el cambio y en la calidad de cada componente, porque si bien todos los sectores son necesarios hay una notable diferencia en que en el sector de servicios tengan un gran peso los oficios de baja cualificación o, por el contrario, lo tengan los que hacen aportaciones punteras en las áreas de crecimiento más rápido.
En todos los países preocupa la industria en cuanto a su producción, su calidad y empleo, porque, por un lado, es vulnerable ante la oferta extranjera y, por otra parte, su aportación es muy superior a la incidencia directa que se aprecia en la distribución de la actividad y tiene peculiaridades que la hacen especialmente interesante. Es así porque actividades que tradicionalmente eran asumidas por empresas industriales se externalizan y pasan a integrarse en otros capítulos de actividad, como ocurre con el transporte de materias primas y productos acabados, los servicios de limpieza y vigilancia así como, cada vez en mayor medida, la materialización de nuevas ideas en colaboración con centros de investigación y universidades. Por otra parte, la calidad de la producción industrial de un país es considerada como un referente del resto de las aportaciones en cualquier otro ámbito productivo. Además, su actividad es más regular que la del turismo o la agricultura, algo que insta a los gobiernos de cualquier signo a desarrollar políticas de estímulo a la inversión en el sector, a la innovación, la exportación, la cooperación y la atracción de inversión extranjera, lo que se realiza tanto desde el Gobierno central como de las instancias subcentrales e incluso desde los municipios.
Las empresas industriales se desarrollan lentamente. En general, parten de alguna idea sencilla con la que adquieren experiencia y conocimientos que les capacitan para atreverse con nuevas iniciativas o se desgajan de una iniciativa anterior que intenta algo más exigente. Cuando tienen un volumen adecuado exportan y, posteriormente, se plantean fabricar en otros países, que suelen recibirlas con los brazos abiertos y se dotan de agencias especializadas en la captación de estas inversiones para facilitarles su implantación.
Con este fin se aportan los medios adecuados para su funcionamiento: formación profesional, terreno industrial, redes de comunicación, la posibilidad de financiación, la estabilidad del sistema fiscal... siempre cuidando de no incurrir en ayudas que pudieran cuestionar la lealtad competitiva y manteniendo criterios exigentes de amortización de inversiones, justificación de la innovación y normativa laboral rígida que eran, y siguen siendo, inapropiados.
En España se hizo la misma apuesta a favor de la industria en las tres últimas décadas del siglo XX y en el inicio del XXI. En los últimos años, se produjeron cambios importantes cuando se decidió potenciar la inversión hacia energías renovables y a los preludios de la innovación. Por un lado, se subsidió a los parques solares y las eólicas y, por otro, se impulsaron estudios sobre eficiencia, posibilidades de innovación y otros que se plasmaron en papers.
En el primer apartado subió el coste de la energía, con el consiguiente detraimiento de otros consumos y encarecimiento de la producción industrial para acabar con un recorte de la ayuda que cuestiona la continuidad de la inversión hecha y la devolución de los préstamos que la financiaron. En el segundo renglón, se lograron publicaciones, pero pocas patentes y menos innovaciones reales. Así, el comercio exterior de mercancías sigue siendo deficitario, incluso si se prescinde de las partidas energéticas y las materias primas.
En el mes de agosto de este año, The Economist se refiere a los subsidios a la captación de energía solar diciendo que "El estado subestimó dramáticamente la cantidad de energía que podía venderse con precios subsidiados" y como no puso un límite al número de instalaciones que podían optar a esos precios generó una oferta excesiva que le indujo a reducir en un 45% el precio de garantía.
En el mismo texto cuestiona la búsqueda de campeones (futuros) a los que financiar con dinero público, que es una tentación en la que cae el Gobierno de EEUU y muchos otros, aunque en menor medida que en el pasado, e insta a medidas horizontales en lugar de las verticales, especialmente donde hay ventajas competitivas, que no se encuentran necesariamente en las áreas de alta tecnología.
El facilitar la vida de las empresas que funcionan, que aprenden de su experiencia, que reinvierten y compiten es preferible al derroche, por ilustrado y jaleado que sea y el parque de empresas efectivas que funcionan en un entorno adverso merece más atención que la que le dispensan las incontables visitas de todo tipo de inspecciones.
Joaquín Trigo Portela es Director Ejecutivo de Fomento del Trabajo Nacional.