El vago anuncio de una tregua por parte de ETA no debe conducir a engaños. La organización terrorista sufre el acoso del Estado en sus carnes. Le quedan pocos concejales con los que tener acceso a las subvenciones a partidos políticos. Al no contar con representantes en puestos públicos, tampoco disfrutan de la publicidad de aparecer en los medios de comunicación. Sus bases no se arriesgan ya tanto a embarcarse en la llamada kale borroka porque reciben penas de cárcel. Carecen de santuarios seguros, tienen presos desvinculándose de su organización y sus cúpulas se descabezan una tras otra. Los relevos en el mando son cada vez más jóvenes e inexpertos, por lo que cometen frecuentemente errores y la actividad policial se hace más fácil. No es de extrañar que la banda armada pida oxígeno. Necesita una tregua con la que recomponerse. El Estado no debería concedérsela. No cabe ni la negociación política ni las concesiones. La experiencia de otros anuncios similares debe servir para que aprendamos. Hay pruebas fehacientes de que los etarras usaron las última tregua para rearmarse. El cese de las armas que han proclamado no tiene ningún carácter definitivo. De sus afirmaciones únicamente puede deducirse con claridad que quieren presentarse a las elecciones locales y forales de mayo de 2011. Precisan reforzar su moral y buscan internacionalizar el proceso y colocarse en términos de igualdad en una negociación, como si hubiese dos bandos recurriendo a la violencia. Sólo puede aceptarse la firma de una rendición, y éste no parece el caso. Hasta que no sea así, dejemos que la lenta maquinaria del Estado termine de apisonar a ETA.