Obama ha cogido el testigo. Ante una economía que no termina de repuntar, ha decidido que volverá a inyectarle un estímulo. La impaciencia por el crecimiento cunde. No se genera empleo y eso duele. Sin embargo, hay que plantearse si esta medida es acertada.
El nuevo empuje fiscal no saldrá gratis. Conducirá a su Administración hasta cifras peores que las de España, pues dejará su déficit en niveles superiores al 10 por ciento y la deuda en un cien por cien del PIB. Puede financiarlo porque cuenta con el dólar y es la mayor economía del mundo, pero deja al país a las puertas de un escenario Japón 2.0 porque: ¿podría estar fomentando una apuesta hacia la compra de bonos que deprime la demanda de acciones y por tanto la inversión? ¿Se está dando estímulos a un enfermo para que consuma cuando lo que éste necesita es curar poco a poco sus problemas de endeudamiento?
Tanta deuda al final se convierte en una losa para el crecimiento porque eleva los costes del país. Y hoy día es más difícil generar empleo cuando se compite casi globalmente por los puestos de trabajo. EEUU quizá tenga que aceptar crecimientos más planos. Parece más acertado concentrarse en los que ahora mismo tienen más capacidad de generar empleo.
Las empresas cuentan con cierta caja y podrían contratar si se crean las condiciones adecuadas. En Alemania se ha recurrido a toda suerte de medidas que refuerzan el empleo. Pero en EEUU las compañías recurrieron a los recortes de personal, elevando su productividad. Si quieren ganar más a partir de ahora deben contratar, pero sólo lo harán si ven oportunidades. Los estímulos erróneos pueden aplanarlas.