Siempre se repite la misma historia. El año pasado hizo venir a sus ministros el 14 de agosto para un consejo extraordinario de economía, del que salieron una retahíla de medidas y buenos propósitos que jamás se cumplieron. Este año, la fecha elegida fue el jueves pasado, con la reforma laboral recién aprobada en el Senado. Pero en esta ocasión hubo poco nuevo que contar. La consabida austeridad para 2011. Entonces, ¿para qué se reúnen hasta la hora de cenar? La respuesta es sencilla, para concluir a la hora del telediario.
Con la mayoría de las televisiones domesticadas, comiendo y bebiendo de la mano del Gobierno, el éxito de crítica y público está garantizado. Desde que TVE se quedó sin publicidad, las cuentas de las cadenas privadas han comenzado a arrojar beneficios estratosféricos.
La historia se repite. La cumbre en Moncloa con los mandamases de los sindicatos y de la patronal también acabó a la hora del telediario. La repercusión mediática fue importante, pese a que el documento era papel mojado. La reforma laboral es un sonoro fracaso. El ministro de Trabajo, Celestino Corbacho, ni siquiera ha sido capaz de lograr que el parado que rechace una oferta de empleo se quede sin subsidio. ¡Pero qué importará eso! Lo primordial es dar la impresión de que el Gobierno emprende iniciativas para mejorar las cosas.
Como la famosa Ley Ómnibus de la economía sostenible, que volvió a salir a colación este jueves. Un guión lleno de buenas y malas ideas envuelto en celofán, que tardará años en hacerse realidad.
No nos engañemos, la vicepresidenta segunda, Elena Salgado, está maniatada. Los asesores palatinos de Zapatero le recomiendan no tomar medidas que puedan ser impopulares en estos momentos. El presidente se juega su futuro en los próximos meses.
Las elecciones catalanas de otoño y las del resto de autonomías, incluida probablemente Andalucía en la primavera, van a sentenciar su futuro. Ya se vio con la maniobra para traspasar el poder judicial a Cataluña, violando la sacrosanta Constitución, o en los ajustes de obras públicas de Pepe Blanco, que han vuelto a favorecer a catalanes y andaluces. Hasta en el pago del rescate para traer a los cooperantes en manos de Al Qaeda de vuelta a casa, contraviniendo todas las normas, se ve el esfuerzo por mejorar la popularidad de Zapatero, cueste lo que cueste. El presidente es quien mueve todos los hilos. La pobre Salgado se debe de sentir como estrella en el teatro de marionetas de mano de Zhangzhou, zarandeada de un lado para otro.
La semana pasada se confesó en Público, el diario creado por Roures, para devolver los favores oficiales. Cuando el periodista le pregunta cómo es que está tan segura de que no son necesarias nuevas medidas correctoras sobre el déficit, ella contesta que la economía española aportará el resto del esfuerzo, con un crecimiento de alrededor del 1,5 por ciento en 2011 y del 2 por ciento en 2012. El entrevistador, incrédulo, inquiere por la base de esas previsiones. Salgado responde, tan pancha, que la clave está en la mejora de la productividad, la competitividad y en las reformas estructurales.
La cuestión que quedó en el tintero fue a qué reformas estructurales se refería. Eso sin mencionar que la mejora de la productividad es efímera, porque es el resultado del descenso del número de españoles empleados. O sea, del alza del paro.
Es decir, que si fallan las previsiones oficiales, que Dios nos coja confesados. Agosto es un mes en el que el planeta entero se debate entre la recaída en la depresión o un crecimiento raquítico, la deflación.
Muy pocos economistas confían en una recuperación sostenible. Los mercados son el mejor reflejo de estas incertidumbres. El índice japonés Nikkei perdió los 9.000 puntos y Wall Street lucha por mantenerse en los 10.000, como nuestro español Ibex. Zapatero, que se reveló durante la crisis de la deuda en mayo como un fervoroso seguidor del Nikkei, debería estar al tanto de estas preocupaciones y preparar más ajustes por si acaso. Lo de esta semana de Salgado es una pantomima chinesca, como las marionetas de Zhangzhou.
Amador G. Ayora, director de elEconomista.