Rodeados cada día y todos los días de medianías petulantes, a las que uno tampoco se sustrae, se tiende a creer que los españoles no damos más de nosotros mismos que lo que campa?sin mayúscula? por ahí.
Hoy, para desintoxicar, quiero hablar de quien para mí es uno de los más grandes españoles vivos y no sólo por descollar de manera tan brillante sobre esa mesocracia gris marengo que nos rodea (vuelvan a incluirme en ella), sino, sobre todo por la lección permanente de la más sabia humildad, la que practica, se siente y se sabe un ser humano excepcional.
Hoy hablo de Antonio López García (Tomelloso, 1936) nuestro primer artista plástico, indiscutible genio de la pintura y de la escultura y capaz, por ello, de tomar el caballete, plantarse en la Puerta del Sol de Madrid, recinto hermoso cuando está vacío de chancleteros en camiseta y robarle a la luz su esencia para plasmarla en sus cuadros.
No me imagino a ninguna de las estrellas rutilantes de la política española capaz de afrontar la dura prueba de exponer y exponerse a un ejercicio de humildad semejante.
Aquel ministrillo, aproximadamente inoperante, dictando un real decreto sobre un banco a la intemperie del Retiro, sin saber qué nicómotrasladar al papel sus grandes y solidarias decisiones.
Aquel otro presidente de comunidad autónoma, demagogo impenitente, náufrago de sí mismocuando está desprovisto de la parafernalia zafia del poder, escoltas, pelotas y cámaras de televisión, muchas cámaras de televisión, cientos de cámaras de televisión.
Aquel semicatedrático, enfático hasta lo cómico, especialista en discursos sobre el vacío hemisférico de su cerebro, escurridor del bulto ante el compromiso, firmante de panfletos y libros ilegibles.
Antonio López García, nombre y patronímicos de hombre corriente, es uno de los españoles vivos más perfecto en lo suyo y más rico como ser humano. Salvémosle de esta España en chancleta.
Hernando F. Calleja, periodista de elEconomista.
