
Una de las mayores preocupaciones del presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, cuando llegó a La Moncloa, fue la de no sufrir el síndrome que terminó por expulsar de sus muros a los habitantes anteriores.
La imposición de la ministra de Sanidad, Trinidad Jiménez, como la cabeza de lista en la Comunidad de Madrid frente a Tomás Gómez, es la prueba palmaria de que ha entrado ya en esa fase de levitación que conduce a creerse un ser superior o divino. Es como si en el Palacio se alojara el Leviatán, el animal bíblico recogido en el libro del Génesis, que acaba poseyendo a sus huéspedes.
Zapatero designó a Pedro Solbes como máximo sacerdote en materia económica, pero colocó a Miguel Sebastián de contrapoder en la Oficina Económica. Sebastián es más asequible a sus intereses, por eso alumbró medidas como el cheque bebé o los 400 euros, que luego retiró. Las peleas Solbes-Sebastián fueron tan colosales que terminó por despedir a ambos.
Zapatero, el rey Midas manirroto
En ese momento, un gran hombre de empresa, con fuerte ascendencia sobre Zapatero, le dijo:
-¿Para qué quieres ministro de Economía, si tú sabes mucho mejor que nadie lo que hay que hacer? Haz como yo: no dejo que nadie se meta en las decisiones importantes.
Zapatero, como el Rey Midas, pensó que cualquiera podría asesorarle, porque todo lo que él tocara se convertiría en oro. En lugar de aguantar los permanentes noes de Solbes, nombró vicepresidenta segunda a Elena Salgado. A partir de ahí descubrimos al Zapatero manirroto. Enterró miles de millones en planes como el E, que apenas sirvieron para disimular el desempleo durante unos meses.
Nuestro admirado presidente despertó de su sueño de príncipe azul en la noche del 10 de mayo, cuando España estuvo a punto de ser víctima de un ataque especulativo de los mercados similar al de Grecia, que la hubiera hecho retroceder décadas en su desarrollo. Esa noche, Zapatero, según declaró a El País, la pasó en vela, a la espera de la apertura del índice japonés Nikkei.
El mismo hombre que al comienzo de la Presidencia de la Unión Europea bromeaba sobre los mercados y alardeaba de que no le quitaban el sueño, era rehén unos meses después de éstos. Por supuesto, buscó un señuelo al que echar la culpa de sus desvelos: la canciller alemana, Angela Merkel.
Liberalismo a la fuerza
Zapatero se convirtió a la fuerza al liberalismo, y unos días después anunció un paquete de austeridad que, según dijo en el Debate del Estado de la Nación, cumpliría "me cueste lo que me cueste". Pero la última encuesta del CIS sobre intención de voto fue contundente: la diferencia con el PP era la mayor desde el comienzo de su mandato y no se logra reconducir una tendencia en dos días. Poco después, el ministro de Fomento, José Blanco, empezó a aflojar el ajuste en infraestructuras, y el aún titular de Trabajo, Celestino Corbacho, prometió volver a elevar las pensiones a partir de 2012, con lo que la reforma de éstas quedará en agua de borrajas, al igual que la del mercado laboral.
Zapatero ratificó, durante su tradicional visita veraniega al Palacio de Marivent, que en 10 o 15 días se reanudarían algunas obras. Sus palabras han tenido que ser matizadas por su fiel corregidora, Salgado, para quien no afectará al déficit y se tomarán medidas adicionales si éste se desvía, como exige la UE.
El mismo prohombre de los negocios que le convenció de su inteligencia política para llevar las riendas de la economía admite:
-El peligro que tiene es que, en cuanto la cosa mejore un poquitín, puede desdecirse de sus palabras y volver al gasto puro y duro.
Aún es peor. Está dispuesto a cambiar de rumbo por motivos electorales, pese a que todos los atisbos para el segundo semestre son a peor. La calma de los mercados tras los tests de estrés de la banca ha durado un par de semanas, como vaticinamos. Zapatero, Salgado, y hasta su complaciente secretario de Estado, José Manuel Campa, de quien se dice que hace méritos para lograr una canonjía en el exterior, juegan a la ruleta rusa, porque no habrá una segunda oportunidad. Nunca las hay.
Amador G. Ayora, director de elEconomista.