La distancia hoy no es el olvido o, para ser más preciso, la distancia ya no sirve de coartada para el olvido, a pesar de Los Panchos. Por eso me ha extrañado sobremanera un artículo bienintencionado de Ignacio Sotelo sobre los sindicatos en general y los sindicatos españoles en particular.
Al profesor Sotelo se le han empañado las gafas con la bruma de la distancia y hace una descripción de las organizaciones sindicales y su función actual cuyo parecido con la realidad circundante no es que sea pura coincidencia, es que no tiene un sólo contacto con la realidad.
Se le olvida al profesor que aquí y ahora los sindicatos españoles son una prolongación del verticato, incrustados sus miembros en toda clase de organismos públicos; fosilizados en los consejos de empresas públicas y de cajas de ahorros; elevados a la interlocución política en desprecio de su supuesta independencia del poder; financiados hasta límites obscenos por el sector público, sin rendir cuenta pública de ello; amamantados decenas de miles de ellos como liberados de trabajar y contumaces en la acción política calculada en términos de contraprestaciones.
Ignacio Sotelo habla del nuevo papel de los sindicatos en la economía que debe de surgir de la catarsis como un idealista, pero las burocracias sindicales, y aquí tenemos datos suficientemente elocuentes para sostenerlo, no están por ningún cambio, sino por el inmovilismo absoluto. Y por añadidura, ese inmovilismo, en España, se traduce en el mantenimiento de una legislación conservacionista procedente de una dictadura, por lo tanto, menguada de ética democrática y de una época en la que el proteccionismo económico toleraba comportamientos que la globalización no permite, a riesgo de sucumbir en la competencia.
Se me escapa qué sentido tiene hoy ese sindicalismo rancio y el profesor Sotelo me lo pinta como si fuera un cuento de Calleja.
Hernando F. Calleja, periodista de elEconomista.
