El último dato de PIB de Estados Unidos confirmó el perfil de desaceleración que muchos temían, lo que ha reavivado el temor a una recuperación en W y anticipa una recuperación más lenta de lo previsto. En el segundo trimestre del año, la economía estadounidense creció un 2,4 por ciento, frente al 3,7 del periodo anterior. El frenazo viene acompañado de malos augurios procedentes de los indicadores de consumo, confianza, paro y vivienda. Se está configurando el "periodo prolongado de crecimiento anémico" al que se refería recientemente el gurú Nouriel Roubini desde estas mismas páginas, lo que pone más que en entredicho las políticas de estímulo estadounidenses.
El hecho de que la voluminosa inyección del plan de Obama procure, al fin, una cicatrización en falso a la que sigue una recaída, debería acallar las voces de los que, abrazados al keynesianismo y ajenos al endeudamiento y sus repercusiones, indican que el Estado aún habría de gastar más. El problema de una recesión de doble ola en EEUU tiene implicaciones fuera de sus fronteras.
Coge a Europa en una fase muy incipiente de la recuperación, con muchas debilidades y la necesidad de exportar a Estados Unidos. No obstante, un factor rebaja la repercusión internacional de la ralentización estadounidense: el hecho de que conforme avanzaba esta crisis se ha producido una cierta traslación del centro de gravedad económico desde EEUU a las economías emergentes, no exentas de desequilibrios, pero con fuerte empuje. Gracias a ellas, esta recesión no ha sido más profunda y la desaceleración estadounidense no tiene tanta capacidad de arrastrar al resto como antes.