Será porque estamos en pleno verano, pero esta semana ha sido tranquila. Incluso hay quien divisa cambios de tendencia. La deuda se ha colocado bien, reduciéndose incluso algo los precios, los diferenciales han bajado de los 200 puntos básicos, las bolsas, incluidos los valores financieros, han remontado el vuelo y hasta el crédito bancario al sector privado ha crecido por primera vez desde el colapso de Lehman. Los datos de crecimiento de Francia y Alemania han sorprendido al alza, el euro se revigoriza y todo respira optimis- mo, hasta las famosas pruebas de resistencia de la banca.
Andaba yo preocupado conmigo mismo -¿por qué no me fío?, ¿será verdad que me he convertido en un cenizo incorregible?- cuando me encuentro con las declaraciones de Trichet urgiendo una restricción fiscal inmediata y demandando recortes adicionales de gasto público y subidas de impuestos. Viene a decir -sin decirlo, por supuesto, no le vayamos a entender todos y tenga un problema político- que las medidas de estímulo fiscal adoptadas han sido un error; que no sólo no han generado crecimiento, sino que han provocado una crisis más larga y mayor contracción futura al suponer una insoportable carga de la deuda sobre consumidores y contribuyentes, que, por cierto, si no se han enterado, suelen ser los mismos. Curioso que los países emergentes, añado yo, que tienen superávit externo y fiscal -es decir, exceso de ahorro sobre inversión- crezcan más y remuneren más al ahorro, iniciando ciclos monetarios expansivos con subidas de tipos en cadena. Mientras los industrializados, que se comportan como los emergentes de antaño, altamente endeudados y fiscalmente pródigos, sufren en sus carnes los rigores de los excesos y algunos exhiben las mismas reacciones populistas que tanto criticábamos. La economía no ha cambiado tanto desde los 80, pese a toda la retórica de nuevos paradigmas. Sólo se ha invertido el orden de los participantes y ello ha pillado desorientados a algunos de los prescriptores tradicionales que, incapaces de entender lo obvio, que los niveles de endeudamiento en los países desarrollados eran insostenibles y que los crecientes flujos de capital desde los emergentes no auguraban nada nuevo para los ricos, se han liado a dar mensajes políticos incoherentes y a predicar expansionismos infantiles.
Pero parece que han reaccionado a tiempo y por fin leemos en el Informe Anual del FMI sobre el Área Euro, que "la crisis es el resultado de políticas insostenibles en algunos países y de las deficiencias de los mecanismos de disciplina fiscal y estructural". Vamos, que la culpa no la tienen sólo los banqueros desregulados y los especuladores anglosajones, sino que algo han hecho mal nuestros gobiernos. Claro que, más allá de la justicia histórica, lo que nos debe preocupar es si finalmente han aprendido la lección y están ahora aplicando políticas consistentes. También podemos leer una respuesta educada en el mencionado informe: "Las autoridades están globalmente de acuerdo (en los principios y recomendaciones), pero la implementación política es insuficiente. Algo se ha hecho en la consolidación fiscal, la debilidad de los bancos parece estar en vías de solución, pero muy poco se ha avanzado en resolver los problemas estructurales y en la coordinación de las políticas fiscales, monetarias y financieras". En definitiva, que no soy tan agorero, o al menos no soy el único, y que no es tan remota la probabilidad de que esta semana, o quizás incluso este mes, sea sólo la tregua que precede a la batalla final.
Fernando Fernández, IE Business School.