Sostengo la misma tesis desde hace meses. ZP ha pasado de ser un verdadero peligro nacional a convertirse en una amenaza extraordinaria para el euro y la UE y, desde ahí, alcanzar la categoría de plaga de alcance planetario. Salvo el coro de feministas, gays y aprovechados que le ríen las gracias, de él ya no se fía nadie. Hace unas semanas, incluso se comentaba en los mentideros con cierto optimismo que era cuestión de obligarle a dimitir, darle algún buen puesto de retiro y buscar el recambio. Nunca creí que aceptara esa posibilidad y, tras el Discurso del Estado de la Nación, me reafirmo. ZP no quiere marcharse de La Moncloa, y está convencido de que puede volver a ganar a Rajoy y proseguir con su desastroso proyecto de ingeniería social afianzado en unas instituciones o inexistentes en la práctica o genuflexas. El problema es que el universo mundo no se puede permitir ese lujo y hay mentes que no dejan de idear planes para que se vaya de un modo menos desairado. La última ocurrencia ha sido apelar a su conciencia de padre. Una de sus hijas, no sé si la otaku o la otra, ha decidido, al parecer, irse a vivir a una comuna con su novio. Ante ello, se supone que ZP debería plantearse su continuidad en la política y retirarse para ocuparse de la educación de sus criaturas, un tanto díscolas. Ignoro a quién se le ha pasado por la cabeza esta genialidad, pero, a mi juicio, no anda muy espabilado. ¿En verdad cree alguien que el impulsor de una ley que permite a una criatura de dieciséis años abortar sin conocimiento de los padres; que ha hecho posible que una pareja de homosexuales adopte a un niño o que ha implantado en las escuelas una asignatura que habla de las ventajas del lesbianismo, está inquieto porque su retoño se ha ido a vivir fuera de casa? A lo mejor es así, pero cuesta mucho creerlo. Ciertamente, urge echar a ZP, pero, si se desea de todo corazón, habrá que estrujarse las meninges de manera más fecunda.
César Vidal, historiador y director del programa La Noche de Es.Radio.
