Pese a la dura labor de relaciones públicas de Cameron, quien llegó a asegurar en su visita a la Casa Blanca que es bueno tanto para EEUU como para Reino Unido que British Petroleum se mantenga fuerte, la Administración Obama y los norteamericanos siguen sin creerse las buenas intenciones de la petrolera.
De hecho, se ha reforzado su control sobre la británica y sus decisiones para frenar el vertido en un momento en que el derrame de crudo podría destruir hasta 100.000 empleos, dejar sin dividendo a 18 millones de accionistas y sin pensiones a los británicos. Para muchos estadounidenses, BP es un lobo con piel de cordero, especialmente tras su reacción a la tragedia. Sus inversores tampoco están contentos, sobre todo tras sacrificar dividendo a cambio de que la petrolera salve los muebles.