Opinión

José Eugenio Soriano: La reforma de las cajas de ahorros

El Real Decreto-Ley 11/2010, de 9 de julio, supone la mayor transformación de las Cajas de Ahorros desde la conocida reforma Fuentes Quintana y de la LORCA de 1985. Fundaciones especiales, que combinaban adecuadamente el estatuto fundacional con la visión empresarial, las cajas constituyen ya la mitad larga del sistema financiero español. Arraigadas sólidamente en el tejido social, desde hace tres siglos han constituido una alternativa organizatoria a la banca, permitiendo así que exista competencia, ya que, en caso contrario, estaríamos en manos de un duopolio que impondría siempre sus reglas taxativamente.

Han tenido las cajas múltiples cambios en su historia, tres veces centenaria. Así, desde los balbuceos del siglo XIX, en los que, unidas a la caridad católica, se las consideraba establecimientos municipales de beneficencia, hasta el Estatuto de Largo Caballero, que rige larga época hasta la reforma de Fuentes Quintana, ya en la democracia, concluyendo en la famosa LORCA, que ahora se rectifica. Pero siempre han sido una y las mismas, simplemente creciendo, transformándose, conservando su identidad. Y eso continúa ahora.

Sus señas de identidad permanecen. Así, la Obra Social, elemento esencial que determinó su naturaleza como fundación-empresa y que, luego, copiada por otras entidades, continúa fijando resueltamente lo que distingue singularmente a estas instituciones. Muy lejos de una simple moda, más o menos obligada por los gobiernos y la sociedad, como ocurre con la tendencia actual sobre responsabilidad social corporativa, las cajas vocacionalmente se instauraron precisamente para atender a complementar una acción social, cultural, de inclusión, que no tiene parangón y sin la cual simplemente no se las reconocería. Y esto permanece totalmente.

Su clara propensión minorista, con atención al medio rural, haciendo de la inclusión financiera elemento natural de su desempeño, muy cercana siempre, pues, al cliente, a quien conoce y reconoce -valga la redundancia- lo distingue con claridad del mero usuario genérico, apenas cliente sin otro reconocimiento que su cuenta corriente, como ocurre en el resto de las entidades financieras. Aquí, el cuentacorrentista es alguien, y bien cercano y conocido.

No pensar en un dividendo a corto plazo permite el arraigo en proyectos que tienen rentabilidad a largo plazo, con una exposición a un riesgo mucho más aquilatada a las exigencias de los interesados. Porque éstos son los que participan en la gestión (stakeholders) mediante la representación en los órganos de gobierno. Democracia económica muy lejana de las tradicionales juntas de accionistas por todos conocidas.

Ello lleva a que, en general, la historia de las cajas haya estado presidida por la prudencia, el arraigo y una responsabilidad social notable, traducida ésta última en actuaciones educativas, culturales, últimamente también en investigación.

La red de solidaridad, con fuerte disposición de medios en el Fondo de Garantía, permite la solvencia del sistema cajista, de manera que actuando así con una red de resistencia, se garantiza la solvencia

Y finalmente, la pertenencia a una asociación, como la CECA, ha ido logrando aunar esfuerzos, evitar duplicaciones, conseguir unificar direcciones y solventar cuestiones y asuntos domésticamente, siempre al servicio final del cliente.

Ahora se produce un gran cambio. Pero esas notas siguen presentes en el fenómeno resultante. Esto es, habrá variaciones sobre un mismo modelo. Así, existirán cajas con cuotas o sin ellas, con cuotas políticas o de la especie tradicional; habrá vehículos de coordinación y sistemas de protección integrando a diferentes cajas, y el programa que se van a plantear las diferentes cajas constituirá, al final, combinaciones de un mismo modelo, donde el cambio responde a una tradición de tres siglos, afortunadamente persistente y que ofrece vías sólidas y solventes, tanto en el plano financiero como en el más afortunado plano social.

La competencia y la cooperación son los dos ejes en que se han situado las cajas. Competencia fuerte, permitiendo que los productos y servicios sean continuamente ofrecidos a los ciudadanos, a sus clientes, que así eligen de continuo y cambian si es necesario. Y cooperación, allí donde se permita por el Derecho de la Competencia. Así en tecnología, uniones sin solapamiento, coordinación institucional, en fin, lo que puede hacerse con interesante ahorro de costos y manteniendo la concurrencia entre todas las diferentes cajas.

Indudablemente, ante el panorama que se avecina, un importante fenómeno será la concentración de cajas. Y existirán diferentes formas de realizarlas, desde empresas en común hasta fusiones y absorciones. Pero esto, en sí mismo, ni es malo ni es bueno. Dependerá del resultado que ofrezcan a los clientes. Y en esto, sabiamente, las cajas llevan tres siglos sabiendo lo que hacen.

José Eugenio Soriano, catedrático de Derecho Administrativo de la UCM.

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