Llevamos varias semanas a vueltas con las llamadas pruebas de esfuerzo o test de estrés a la banca y con la polémica de su publicación. Al final, las autoridades se han decidido a publicarlas y, para nuestro gozo, al menos el de los españoles, nuestra banca, especialmente la grande y privada, está bien y puede aguantar lo que le echen.
La elaboración de dichas pruebas se ha debido hacer con información que no está al alcance de los mercados. Nada que objetar a que los supervisores, dadas las responsabilidades que las autoridades han decidido asumir sobre la solvencia y liquidez del sistema financiero, tengan información de mejor calidad que los mercados.
Sin embargo, la necesidad de realizar dichas pruebas y, sobre todo, de tener que publicarlas no es una buena noticia para los inversores, porque viene a demostrar que la información financiera que se viene publicando no sirve para nada. La finalidad de dicha información, la contabilidad, ya sea con base en las famosas Normas Internacionales de Información Financiera, las NIIF o IFRS, ya sea con base en los cánones norteamericanos, las normas de contabilidad financiera o FAS, es facilitar a los inversores sus decisiones de inversión y desinversión.
Información irrelevante
Así, pretendidamente, un inversor debería usar la información que publican dichas instituciones para decidir si toma una participación en el capital o adquiere un bono emitido por un banco o caja, y hete aquí que dicha información no le sirve para nada y debe finalmente esperar a los test de estrés.
¿Y por qué no le sirve la información financiera publicada por las entidades para nada? Sólo cabe una respuesta: porque no da información relevante, es decir: no dice nada. La información sólo puede no decir nada por dos motivos: bien porque el lenguaje en que está expresada, las NIIF o las FAS, no es capaz de comunicar nada interesante; bien porque se está permitiendo que la información publicada no sea relevante. Esta segunda posibilidad es aún más destacable, si cabe y, sobre todo, nos hace preguntarnos si podemos confiar en los test de estrés.
La información publicada sobre la base de cualquiera de los dos estándares citados, que deberán unificarse en un futuro próximo pero que no guardan grandes diferencias, debiera ser suficiente para que un analista financiero pudiera evaluar la situación de una institución. Es cierto que no con la calidad y precisión de un supervisor, que dispone de más y mejor información.
No sabemos si es muy razonable que los inversores dispongan de menos y peor información que el supervisor, al fin y al cabo arriesgan su patrimonio y el de los que han confiado en ellos. Sólo una visión de las autoridades que desconfía de los mercados puede sostener esta diferencia en la calidad de la información.
Si las autoridades desconfían de nosotros, no les debe extrañar que desconfiemos de ellas y que nos creamos, como suele decirse, de la misa, la mitad.
Rubén Manso Olivar, Mansolivar & IAX. Prof. Univ. de Alcalá. Inspector de Entidades de Crédito y Ahorro del Banco de España (excedente).