El ataque israelí contra la "flotilla de la paz" ha abierto un nuevo escenario en Oriente Medio: la aparición de Turquía; el fin de la fractura turco-árabe surgida en la I Guerra Mundial? y de la cooperación con Israel que creaba un doble flanco (norte y sur) al ya de por sí frágil frente árabe.
Aquel aparente sólido eje bajo patrocinio norteamericano y bendición de la OTAN se ha venido abajo.
Era una Turquía integrada en la seguridad occidental, vital durante la guerra fría por afectar el flanco sur de la Unión Soviética, escudo de la OTAN contra la amenaza e inestabilidad de los regímenes militar-dictatoriales del creciente fértil.
Una Turquía que llamó y aún llama a la puerta de la Unión Europea para verse despreciada por lo que cada vez se entiende más como un club cristiano.
Turquía no es sólo un gigante demográfico. Es la gran potencia zonal en lo económico, en lo estratégico y en lo militar. Su influencia traspasa el Cáucaso para extenderse hacia los emporios energéticos de la Asia central. Y hace valer su voz (en conjunción con el emergente gigante brasileño) en actuaciones propias de extraordinario calado como es el acuerdo con Irán sobre su proyecto nuclear.
Ahora su Gobierno ha declarado finalizada su relación con Israel. Nos encontramos con un nuevo eje decisorio en un punto focal de nuestra área de seguridad. Turquía ha dejado de ser el amable servidor de nuestros intereses para comenzar a establecer su propio proyecto, lo que no debería significar ni confrontación ni contradicción.
Estamos perdiendo, si no hemos perdido ya, la gran oportunidad de entender que Europa no limita con el Islam, sino que el Islam también es Europa. Y si seguimos sin entenderlo, pagaremos con intereses usurarios nuestra miopía.
No es posible ignorar (mucho menos despreciar) a ese gigante de la historia ayer, a esa potencia local hoy, que se llama Turquía.
Javier Nart, abogado.