Zapatero intenta salvar su semestre europeo convenciendo a Reino Unido de la necesidad de implantar un supervisor financiero para la UE. Sin embargo, lo tendrá difícil. Gordon Brown ya dejó claro que ningún extranjero iba a controlar el principal sector de la economía británica. Y no parece que los conservadores de Cameron vayan a mostrarse más favorables. Para colmo, el presidente carece de la autoridad con la que liderar este cambio ante otros países, después de haber procrastinado con la toma de medidas y haber aparecido en toda Europa como la mayor amenaza para el euro.
Y aunque puede presumir de grandes bancos en la UE, todos los argumentos se le desbaratan al llegar a las cajas de ahorros, donde todavía no se producido un recapitalización y las fusiones se han quedado a medio camino, entorpecidas por los poderes autonómicos.
Después de meses sin preocuparse por la reforma financiera, Zapatero se agarra ahora a ésta para tapar sus vergüenzas; de ahí que proclame con tanto revuelo el uso de las pruebas de estrés: cree que de esta forma puede meter presión a la canciller Merkel y su banca. No obstante, el problema de la falta de credibilidad para recapitalizar su sistema financiero lo tiene Zapatero y no Merkel.
Ahora, Europa tiene el reto presentar una posición común con la que ir al G-20 de Toronto. Pero la dialéctica de Zapatero contra Berlín no ayuda. Y el acuerdo sólo lo podrán desatascar Alemania y Francia. Tras dos años de crisis financiera, seguimos sin haber depurado el sistema y sin haber cerrado un acuerdo para la reforma.