Zapatero lo ha intentado, pero no lo ha conseguido. La bolsa ha perdido en la semana todo lo que había ganado desde que el fin de semana pasado la Unión Europea puso en marcha el mecanismo para la defensa de los países miembros del euro. En nuestro país, por primera vez, el presidente anunció medidas dirigidas a cortar el gasto, en lugar de alimentarlo con la excusa de la protección social. ¿Qué ha ocurrido?, ¿por qué la bolsa española, en lugar de reaccionar al alza, sigue siendo el farolillo rojo de las europeas?
En primer lugar, se trata de medidas de recorte temporal, que dejan de lado las profundas reformas que necesita el país. Tanto la bajada de sueldo de los funcionarios como la congelación de las pensiones se aplicarán durante un año. Después, todo volverá a ser igual. España tiene un problema de déficit estructural. Esto quiere decir que si no se ataca la raíz de las dificultades, jamás podremos lograr el objetivo de reducir el déficit público al 3 por ciento, como se ha comprometido el Gobierno para 2013. Las grandes reformas, como la laboral, la fiscal o de la Seguridad Social han quedado en el tintero. Es como si quisiéramos curar un cáncer con aspirinas.
La falta de reformas de calado tiene su explicación. Zapatero consultó, por lo visto, las medidas con los sindicatos, al menos con Cándido Méndez, para asegurarse de que la respuesta de éstos no sería una huelga general. Supongo que, a cambio, Zapatero se comprometió a no tocar algunos asuntos. Por ejemplo, ¿por qué no rebajar las ayudas a los agentes sociales o al cine, en lugar de congelar las pensiones?, ¿por qué se sigue sin legislar en materia laboral?
La banca fue otro de los sectores consultados. Las grandes entidades financieras dieron cobertura a la bolsa española, a petición del Gobierno. El resultado es que el Ibex llegó a ganar casi un 2 por ciento durante los primeros compases de la sesión del miércoles, mientras el presidente desgranaba su plan de choque. elEconomista publicó este viernes que Zapatero se opuso a la introducción de una tasa bancaria, al estilo de la implantada en otros países europeos, por la que puja con furia una buena parte del PSOE.
Pero lo que ha sembrado de nuevo la desconfianza no ha sido la falta de una reforma laboral, o de medidas de austeridad para las en- tidades financieras, sino la gigantesca improvisación de la que ha hecho gala una vez más el Ejecutivo. El paquete de medidas ha sido elaborado por la Oficina Económica del presidente, que dirige Javier Vallés, sin contar apenas con el Ministerio de Economía, como ya es habitual.
Un portavoz del Ministerio del que es titular Elena Salgado reconocía abiertamente durante estos días: "Aquí no se sabe nada, estamos a la espera de lo que se decida en Moncloa". Pero tampoco en la Oficina Económica tenían muy claro qué iba a ocurrir. Ésta había recomendado el recorte de la remuneración de los funcionarios, pero con frecuencia sus propuestas son descartadas por Zapatero, que ejerce como ministro de Economía de sí mismo.
La decisión del presidente, bien o mal asesorado, se tomó de manera precipitada. Tanto es así que el jueves por la tarde se rebajaba en 2.000 millones de euros el recorte de la inversión pública que se había anunciado la víspera. Y al día siguiente, viernes, se pospuso la aprobación de los ajustes por la complejidad legal y técnica que requieren. Por ejemplo, el cálculo de cómo se reparte el recorte del 5 por ciento a los funcionarios es enrevesado. La congelación de la mitad de las pensiones en 2011 requerirá que el Real Decreto sea tramitado posteriormente como proyecto de ley, ya que deroga una norma de rango superior, aprobada por el PP en 1997.
Ahora, nadie conoce a ciencia cierta si los ajustes anunciados se van a cumplir tal cual o van a sufrir más remodelaciones. Se ve que Zapatero no actúa convencido, sino presionado por Obama, Merkel y Sarkozy. España se ha convertido en un garbanzo molesto en la bota del Tío Sam. Aznar bailó al son que tocaba Bush y Zapatero, al de Obama. ¿Qué ha cambiado?
Amador G. Ayora, director de elEconomista.