En la película del fin de semana Acropolis Now, los dirigentes europeos mandaron al presidente del BCE descender sobre los mercados lanzando desde su helicóptero napalm que aleje a las manadas de especuladores. Acogotados entre las trincheras, los inversores recibieron ayer esta intervención con vítores. A toda prisa, los bajistas deshacían sus posiciones en retirada. Tras una semana de duras caídas, la Bolsa de Madrid cerraba con un alza del 14,43 por ciento, la mayor en la historia del Ibex. Y las primas de riesgo por deuda soberana por fin daban un respiro. Sin embargo, ¿podemos hablar de un final feliz?
La UE desplegó un plan de una inusitada potencia. Por un lado, la Comisión dispondrá un fondo de 60.000 millones que podrá utilizar para auxiliar a Estados en apuros. Por otro, se crea un vehículo financiero que emitirá deuda avalada por los Estados hasta 440.000 millones y a 3 años. El FMI también participará aportando 250.000 millones, más del 50 por ciento de su disponibilidad de fondos; algo que da una idea de la gravedad de la situación.
Y por si fuera esto poco, el BCE tomaba un papel protagonista. Al igual que hiciera la Fed unos meses antes, anunciaba que comprará deuda pública y privada, lo que significa hablando en plata cambiar a los Estados dinero por deuda. Cualquier banco en la práctica seguirá adquiriendo bonos con la idea de que puede vendérselos a Trichet. Por tanto, el acopio de deuda pública que un sector financiero todavía en apuros ha ido acumulando tendrá salida. Pero esta gran ayuda no les ha parecido suficiente. Además, el Banco reabrirá la ventanilla de liquidez para la banca a 3 y 6 meses. ¿Cómo no va a sentir alivio el mercado? ¿Han visto un rescate igual?
Europa se adentra en un territorio desconocido. Con la demanda anémica, lo más probable es que no se provoque inflación ipso facto. Más bien esta liquidez se destinará hacia activos donde rentabilizarse y, por tanto, habrá más burbujas. Pero a medio plazo, la inflación amenazará en el horizonte. No importa que Trichet haya prometido que la vigilará y si hace falta emitirá bonos para drenar liquidez; parece claro que la institución ha perdido cierto grado de independencia. A partir de ahora, abandona su traje de soldado disciplinado para asemejarse a la Fed, más acomodaticia con las necesidades de los mercados y el crecimiento. Sin duda, se apunta una victoria el presidente francés Sarkozy, que andaba con ganas de mangonear en el BCE.
La UE da también un paso en su integración, aunque a costa de dejar atrás a los países fuera del euro. Sin embargo, nuestra divisa aún no está salvada. La cuestión de fondo sigue ahí. Los PIIGS deben cumplir. El tirón de orejas propinado por Alemania y Francia a países como España ha funcionado de primeras. Zapatero ya ha dicho que recortará más el gasto. Pero no basta. De momento, se ha solucionado la falta de voluntad de los mercados para prestar, es decir, la liquidez. Aún queda por subsanar la solvencia, esto es, cuando se cuenta con una deuda proporcionada respecto al presupuesto. Y para ello se debe volver a crecer porque, en caso contrario, los intereses pesarán igual que cuando se usa la tarjeta de crédito para llegar a fin de mes.
Y eso no sólo se logrará con recortes: Zapatero debe añadir reformas que brinden crecimiento. Si encima se usan los fondos recién articulados, el dinero se tendrá que devolver, con el consiguiente lastre para la economía. El uso de la ayuda puede desembocar en una espiral viciosa. Por ahora, los inversores se alegran al ver que se les devolverá el dinero invertido en bonos con riesgo. La UE ha comprado tiempo, pero el final feliz es para las películas. Aquí toca la poca cinematográfica tarea de reducir un Estado sobredimensionado.