La actual crisis económica comenzó a golpear a la economía en 2007 (fue en agosto de ese año cuando se desata la crisis de las hipotecas subprime), y se hizo claramente patente en septiembre de 2008 con la caída de Lehman Brothers. Mucho se ha escrito, y se escribirá, sobre las causas de esta importante crisis, sobre lo acertado de las diferentes actuaciones, sobre los errores cometidos...
Y bien podrán volver a acusarnos a los economistas de saber dar todo tipo de explicaciones sobre el porqué de los desastres económicos -una vez ocurridos-, encontrando muchas más dificultades para predecirlos y prevenirlos con un mínimo consenso. Los humoristas se han ocupado frecuentemente de esto, y creo que fue en un chiste de Mingote donde leí esta misma idea pero contada con mucha más gracia. Yo termino alguna de mis conferencias con esta frase: "Recordemos que Dios creó a los analistas financieros para hacer quedar bien a los hombres del tiempo".
Desgraciadamente, no es imposible encontrar economistas que hagan los vaticinios más dispares o las propuestas más pintorescas. Tendría sentido, en consecuencia, que fuéramos indulgentes con los políticos cuando, dentro de lo razonable, se apuntan al carro que más les conviene. La nuestra es una ciencia social y nuestras predicciones no son, ni mucho menos, exactas. Con todo, creo que debemos lanzar propuestas, y debatirlas, y eso trato de hacer hoy.
Una crisis en cada país
Esta crisis, como otras anteriores, es una crisis global, pero que ha afectado a cada país de forma diferente según sus particulares características. En España, lo más llamativo es el espectacular aumento del paro, y en gran parte a causa de ello, el marcado deterioro de las cuentas públicas.
La caída en picado de sectores intensivos en mano de obra, como es el caso de la construcción, el fuerte peso que en España tienen los trabajadores poco cualificados (hecho claramente agravado por el tipo de inmigración que hemos recibido), que suelen ser los primeros en engrosar el desempleo, nuestra escasa competitividad internacional y la caída de la actividad en España y en nuestro entorno, tienen mucho que ver con ese aumento del paro y con las dificultades que se prevén en la recuperación.
Tras este breve diagnóstico del enfermo, estudiemos las recetas para su curación. "Tenemos que cambiar el modelo productivo", se ha dicho, y es verdad; lo que pasa es que eso es costoso y lento. Las administraciones públicas pueden hacer varias cosas para facilitar el proceso, pero creo que el liderazgo debe quedar en manos de los empresarios.
Así se puede, por ejemplo, evitar burocracia y exceso de legislación: ¿son conscientes los responsables políticos de las tareas de todo tipo que imponen a las empresas y el coste por unidad de producto que eso supone, sobre todo en una pyme? Muchas normas bienintencionadas y aparentemente inocuas suponen para las empresas importantes cargas administrativas, y muchas veces externalización de servicios que hay que pagar; cualquier empresario (especialmente en una pyme) es consciente de este problema. Y esto supone menor competitividad y más paro.
Ese nuevo modelo productivo deberá tender a sectores de mayor valor añadido, que justifiquen unos salarios más altos para nuestros trabajadores. Para ello debemos aplicar más tecnología, más innovación, y, sobre todo, contar con trabajadores más formados. Éste es un tema de bastante consenso entre los economistas: los países del primer mundo debemos mejorar la formación de nuestros conciudadanos si queremos poder mantener salarios de primer mundo para producir bienes con mayor valor añadido; si no, si producimos lo mismo que en los países más pobres, acabaremos cobrando como en esos países o aumentando las listas del desempleo.
Inversión clave: formación
Y las administraciones pueden ayudar en este proceso invirtiendo en formación de calidad a todos los niveles, más allí donde más la necesita el sistema productivo. También tendrán que invertir en infraestructuras y en estimular la innovación o la internacionalización de las empresas, pero, sobre todo en esto último, con prudencia, pues hay que cobrar impuestos (lo que desanima el crecimiento) para financiar los estímulos.
Podemos analizar, a la luz del razonamiento anterior, algunas de las medidas que hoy se proponen. Creo que la solución no va por abaratar el despido. Precisamente una economía basada en el conocimiento necesita relaciones laborales estables, que incentiven a los trabajadores a adquirir conocimientos específicos necesarios para la competitividad de sus empresas.
Puedo aceptar, sin ser un especialista, que se introduzcan elementos de flexibilidad para facilitar la adaptación al nuevo modelo, incluso algunas prejubilaciones para los que objetivamente tengan grandes dificultades para adaptarse, pero la inestabilidad laboral no es el camino en la economía que viene. Si una empresa tiene problemas, puede ser necesario ajustar su plantilla a un coste bajo, pero la fidelidad entre el trabajador y el empresario es un valor en la economía del conocimiento.
Tampoco me parece sensato ampliar la edad de jubilación. ¿Qué sentido tiene con más de 4 millones de parados tener a la gente trabajando más años? ¿Queremos que trabajen los padres, con más de 65 años, para que los hijos, mucho mejor formados, estén parados? Se ha abusado, absurdamente a mi entender, de las prejubilaciones, pero ahora parece que se plantea lo contrario, que tampoco es sensato. La economía del conocimiento precisa cuidar al trabajador, y al proveedor, y al cliente..., colaborar a la vez que competir. Lo que siempre ha sido bueno ahora es además conveniente.
Fernando Gómez-Bezares, catedrático de Finanzas de la Universidad de Deusto.