Opinión

Fernando Fernández: Más o mejor Europa, pero ya

Si esto no lo para nadie, los debates sobre el perfil de recuperación se van a quedar más anticuados que las proyecciones electorales en Reino Unido. Esta semana hemos vivido auténtico pánico en los mercados financieros y, como siempre, el diagnóstico es muy importante. Cuatro son, en mi opinión, los hechos relevantes. Primero, los mercados han abandonado a Grecia, están convencidos de que tendrá que reestructurar. Segundo, el contagio se ha extendido a los países de riesgo, altamente endeudados y sin credibilidad alguna. Tercero, ante las incoherencias y contradicciones europeas, los inversores han decidido finalmente testar el euro. Y cuarto, ante los daños que se puedan producir en el sistema financiero, los inversores le han abandonado hasta nueva orden.

De los dos primeros hechos llevamos semanas hablando, detengámonos, pues, en lo que parece novedoso. El ataque al euro llevaba semanas gestándose pero se ha confirmado con la salida de los inversores de Italia y España. Por una mera cuestión de volumen, nadie debería esperar que la Unión apruebe un programa como el de Grecia. El esfuerzo sobre el contribuyente francés y alemán es simplemente intolerable. Nos quedan, pues, dos posibilidades: o el BCE se convierte en el prestamista de última instancia de la Unión Monetaria y se pone a comprar bonos de los Tesoros correspondientes, o esto se rompe. La primera alternativa es un salto cualitativo en el nivel de integración federal de Europa. Significa, a su vez, dos cosas: que el BCE monetiza la deuda mediante la creación de más inflación y que los contribuyentes alemanes y franceses aceptan rescatar el euro mediante un impuesto diferido y unos tipos de interés más altos como escenario permanente. Y conllevará una transferencia de soberanía fiscal a las instituciones supracomunitarias, porque es difícil pensar que no intenten evitar la repetición del desaguisado fiscal. Significa también la apertura de una brecha importante y el riesgo de que la Europa de las dos velocidades acabe desembocando en una división entre países muy parecida a aquello de la EFTA y el Mercado Común, que ahora serían la Unión Europea y la Unión Monetaria.

La segunda, más excitante, significa reconocer que los niveles de endeudamiento han sido excesivos y que los acreedores no pueden esperar cobrar todo. Cada país negociaría con los tenedores de su deuda, como hacen las empresas en procesos concursales, y tendría que ofrecer una historia creíble. Si lo hacen todos a la vez, y en cierta coordinación, tiene la ventaja de que los acreedores no pueden enfrentar unos contra otros de manera oportunista. Tendría que haber un período de suspensión, un stand still que llaman, y una autoridad que lo declare -el FMI, el BCE-; de nuevo, problemas no resueltos de coordinación internacional. Supondría una pérdida de riqueza y un reconocimiento explícito de que la crisis nos ha empobrecido a todos. Pero también la posibilidad de empezar de cero y sin que la recuperación quede lastrada por la factura a pagar en los próximos diez años. Y supondría también dejar claro que no hay bailout posible y que la Unión Monetaria no significa que el crédito de España sea igual al de Alemania, como el de una promotora no es igual al de una manufacturera de exportación. No sé qué alternativa se hará realidad; sinceramente no creo que lo sepan ellos mismos. Pero sé que no queda tiempo de vacilaciones. Hay que elegir y ser consecuente. Hasta el final. O continuará la sangría.

Fernando Fernández, IE Business School.

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