El Gobierno se ha lanzado a culpar a los especuladores de la pérdida de confianza de los mercados en España, igual que hace meses tildó de antipatriotas a quienes se hacían eco de los malos datos económicos y mostraban su preocupación por el brutal deterioro.
¿Cómo los llamará hoy, tras materializarse los peores escenarios? Para seguir tirando balones fuera -pues nunca cuestiona su (no) gestión-, Zapatero estará haciendo crujir sus neuronas en busca de algún siniestro adjetivo para calificar a quienes están sacando el dinero de las entidades españolas.
Va de retro, les deben haber aconsejado sus analistas, alentando una incipiente fuga de capitales que puede agravarse y que es la gota que faltaba para colmar el vaso de penalidades españolas. La deriva de nuestra economía, la bajada de rating, antesala de otras venideras, la sombra griega planeando y el temor a una situación de corralito parecen suficientes y razonables motivos como para preferir un entorno más favorable para los capitales.
Perspectivas que pueden dañar sobre todo a un sistema financiero falto de fondos y que ha comprado mucha deuda española; de ahí los varapalos que recibe en bolsa. Pero el origen está en la ausencia absoluta de voluntad del Gobierno para adoptar medidas acordes con la coyuntura.
Su omisión de la responsabilidad, amparada en la connivencia con los sindicatos, ralentizada en perennes mesas de diálogo, y justificada por el temor a tomar medidas impopulares da la puntilla a la imagen de España. Y eso no se combate yendo de tournée por Europa, sino haciendo los deberes. Sin ello, Zapatero dilapida nuestra credibilidad con la misma ligereza que dejó apagarse la economía.