Gobernar significa gestionar el presente con un mínimo sentido de futuro.
La gran cuestión reside en si nuestros gestores de la cosa pública (nuestros gobernantes) tienen como propósito perpetuar sus personas o establecer condiciones de viabilidad socioeconómica más allá del propio horizonte temporal para el que fueron elegidos.
Haber sido votado en elecciones democráticas no significa cancelar toda relación con el electorado al que se convoca a golpe de campanilla al cabo de cuatro años. La ciudadanía no es un Guadiana que emerja y desaparezca. Es un cuerpo vivo, y que, además, padece.
Felipe González, con todos sus errores (y muchas decepciones), asumió riesgos que le perjudicaban directamente a él como presidente, pero que eran necesarios para toda la sociedad.
La reconversión industrial fue una medida traumática, contradictoria con el electorado socialista, pero absolutamente necesaria. Como lo fue la entrada de España en la OTAN, que partió a la militancia y electorado socialista.
La enorme, la total diferencia entre aquel Gobierno socialista y éste reside en que Felipe González entendió que España era un proyecto que traspasaba con mucho su propio presente presidencial, mientras que Rodríguez Zapatero prefiere que las cosas sigan su curso aplicando remedios y analgésicos que no solucionan el problema, sino que simplemente lo anestesian.
Pero la enfermedad, el cáncer que afecta el corazón de nuestra economía (el productivo y el financiero), no se acomete. Se promete lo propio y lo contrario a empresarios y trabajadores, dilatando la toma de decisiones que ya eran necesarias hace años (no digamos ahora), pero que no se adoptan.
Así que al enfermo se le dan aspirinas y se le sonríe afirmando su sanidad, la gangrena ha pasado de las piernas al tronco y ya le llega al pescuezo.
Mientras, el médico sonríe melifluamente y las enfermeras le hacen la ola.
Javier Nart, abogado.