De tanto gritar ya nadie se lo cree, pero esta semana le hemos visto enseñar la patita por debajo de la puerta. Se llame contagio, especulación, prejuicios racistas, sesgo cognitivo o aversión al riesgo; la crisis griega plantea problemas serios para el precio y la disponibilidad de la financiación exterior de la economía española. Estamos ante la materialización de una crisis anunciada, que no va ser corta ni limpia en su resolución y que va a obligar a endurecer el programa de consolidación fiscal, si es que lo hay. Un aspecto adicional requiere, además, acción inmediata: la transparencia de las cuentas públicas. Tras la revisión por Eurostat de los déficits de Grecia e Irlanda, más vale que nos pongamos las pilas. Es un secreto a voces, reconocido oficialmente, que comunidades autónomas y corporaciones locales han hecho maravillas contables para externa- lizar déficit público mediante la creación de sociedades presuntamente mercantiles. Más vale que hagamos nosotros la cuenta antes de que nos la haga otro.
Mientras Europa se sigue consumiendo en el drama griego, el presidente Obama organiza su propia tragedia, esta vez con un gran discurso emocional sobre la reforma bancaria. Chapeau como comunicador, pero suspenso en economía. No se puede decir que 1) la reforma evitará la repetición de crisis bancarias; 2) con ella no habrá nunca más dinero público para salvar bancos privados; y 3) que el impuesto a los bancos es la solución. La primera afirmación puede ser un acto de fe, pero no tiene ningún fundamento técnico y supone despreciar todo lo que se ha escrito y aprendido sobre el tema desde tiempo inmemorial. La segunda puede pasarle factura muy pronto, como el "lean mis labios: no más impuestos" de Bush, porque no me imagino al presidente sentado mientras quiebra Fannie Mae, por ejemplo, o se desata una crisis de deuda soberana y pilla a alguno de los grandes. La tercera proclama es la más efectista pero la más peligrosa, porque es la única que tiene consecuencias más allá de la retórica mitinera. Y además se apoya en un informe del FMI, casual y convenientemente filtrado el día anterior.
Nunca me hubiera imaginado al FMI proponer un impuesto de castigo a la banca, claro que tampoco pensé nunca que habilitaría una línea de crédito para el cambio climático. Si acaso el Banco Mundial. Los impuestos morales a los pecadores (alcohol, tabaco, gasolina, ecotasas) se han hecho populares curiosamente en las sociedades laicas pero puritanas. Pero la venganza como impuesto me parece excesiva, incluso para un director del Fondo que quiere ser presidente de la República. Será popular, pero no tiene justificación técnica. No disminuye la probabilidad ni la profundidad de las crisis, no mejora la solvencia de los bancos, no induce comportamientos menos aventureros. Si acaso, hace exactamente lo contrario porque, como la barra libre incluida en el precio de la entrada, genera irresponsabilidad, ya que se ha pagado por adelantado. Porque, que nadie se engañe, se trata de pagar el déficit actual, y los bancos son una base imponible fácil y políticamente rentable para sufragar el intervencionismo desaforado. El dinero no se va a guardar en un cajón para la siguiente crisis. Puede estar justificado porque otras alternativas de consolidación fiscal son menos eficientes, pero que nos lo digan. Ya que los gobiernos piden tanta transparencia, podían empezar a dar ejemplo. Y que nos expliquen por qué hay que castigar a los bancos y subsidiar a las eléctricas, constructoras, renovables, automóvil, si no es porque los políticos han resucitado el debate de la usura.
Fernando Fernández, IE Business School.