Con el euro se esperaba obtener ventajas sustantivas y elevadas que compensaran con creces los inconvenientes de la adaptación a una moneda que no era la de ninguno de los países que la adoptaron. También se sabían los errores a evitar, entre otras cosas gracias a los fallos del sistema monetario europeo que entró en crisis a principios de los años 90 afectando básicamente al Reino Unido y a España. Con esa expectativa y experiencia, se suponía que el aprendizaje era suficiente, lo que no ha sido cierto, a pesar de que el euro ha cumplido.
Una ventaja era la de desviación y creación de comercio. La primera consistía en que la sencillez operativa del euro hiciera más atractivas las compras en los países de la Unión Monetaria Europea (UME), en lugar de países terceros. Al tiempo, la eliminación de trabas fronterizas y otras barreras al intercambio, facilitaría que parte de las compras domésticas se hiciera en el marco de la UME ampliando así la competencia e impulsando el comercio transfronterizo.
El segundo aspecto era el ahorro en los costes de transacción, esto es los pagos y tiempo que se necesitan, además del precio, para culminar una transacción. De súbito desaparecieron: a) las comisiones de cambio, b) las diferencias en los tipos comprador-vendedor, c) el coste de los seguros de cambio, d) el floating (intereses no cobrados por los fondos remansados durante el período que media entre el envío de un documento al cobro y su abono efectivo), e) el coste y la incertidumbre de apreciar la competencia o no de una operación sujeta al albur de modificaciones en los tipos de cambio.
La tercera ventaja era la estabilidad del poder de compra atribuida al euro, pensado a imagen del marco, o sea, como una moneda sana que aportaba bajo coste del crédito, control del IPC y la contribución al crecimiento derivada de la facilidad y seguridad en el cálculo de rendimiento de la inversión.
En cuarto lugar y dada la amplitud del área de la UME, el euro sería una moneda vehículo, en la que se expresaría el valor de las transacciones en toda el área de la UE y área cercana, desde Suiza hasta Marruecos, lo que se ha logrado con creces, como puede experimentar cualquier turista que se mueva por el mundo. En quinto lugar y ligado a lo anterior, se convertiría en moneda de reserva, con lo que el volumen de divisas sobre países de la UME detentado por terceros países excedería con mucho el que representaba la suma de las correspondientes a los mismos países en sus monedas propias. Esto daría lugar a los correspondientes beneficios por señoriaje, por la ampliación de la dimensión del mercado financiero europeo y de su liquidez, con el consiguiente descenso de la prima por falta de liquidez de algunos títulos, lo que supone menor coste del crédito y más financiación.
En ese momento se daba por cierto que habría mayor estabilidad en el comportamiento de las Administraciones Públicas que en su política económica, dado que la política monetaria se basaba en criterios de estabilidad y el gasto público deficitario se veía restringido por el Pacto por la estabilidad y el crecimiento firmado en Dublín en 1996. Esto último estaba en la mano de los gobiernos y, como es obvio, se ha incumplido. Éste es un riesgo interno no imputable a la moneda sino a prioridades y decisiones administrativas.
Los riesgos que se oteaban comenzaban con la posibilidad de apreciación debido a que el conjunto del área euro tenía superávit en su balanza comercial y sus precios serían más estables que la media mundial. Esto se impulsaba, además, por la mayor demanda de su uso como moneda reserva, así como por la menor necesidad de reservas en los países del sistema y porque se instaba a la Comisión Europea a que cualquier cambio de partidas debería tener en cuenta el informe preceptivo del BCE, cuya prioridad es la estabilidad de precios. Ese riesgo, de origen externo, se materializó desde el segundo año del nacimiento de la nueva moneda. Un segundo problema era la evolución de los costes laborales que en España, aun siendo inferiores a la media, eran mayores que la productividad, lo se ha ido incrementando paulatinamente desde que se inició la andadura de la nueva moneda. El tercer problema radicaba en la evolución del ahorro, dado que la retribución del ahorro -al menos el nominal- retrocedería y facilitaría una mayor propensión al gasto y al endeudamiento, que ganaba en atractivo, como así ocurrió en España.
Al euro se le criticaba porque se perdían herramientas de política económica y de soberanía monetaria. Por lo que se ha visto, el incumplimiento del objetivo de estabilidad se hace sin mayores problemas. Las devaluaciones las imponía el mercado, no los gobiernos, dejando de lado que propiciaban comportamientos que requerían más dosis de la misma medicina. Se lamentaba que se reducía la competencia entre monedas (como si la peseta, el escudo o la lira compitieran con alguien en el mundo y no fueran un monopolio estatal en su casa), cuando la competencia entre monedas relevantes (dólar, euro, yen, yuan, franco suizo) es constatable. Se criticaba la dependencia de la burocracia monetaria, que efectivamente ha mostrado debilidades, pero también ha tenido más sensatez que los gobiernos. Se habló de shocks asimétricos, especialmente desde EEUU, cuando se logró más hipersimetría que antes y se lamentaba la oportunidad del momento alegando que se debía conseguir antes el pleno empleo y otros hitos, cuando la moneda única ha evidenciado su contribución positiva a éste y otros logros.
El euro ha demostrado ser una buena herramienta. El problema está en que las manos que la usan y las cabezas que la dirigen desconocen su manejo, sus posibilidades y límites, sus ventajas y, especialmente, la prevención e incompatibilidades que requiere.
Joaquín Trigo Portela, director ejecutivo Fomento del Trabajo Nacional.