El caso Gürtel ha abierto una importante herida en el Partido Popular. Pese a la instrumentalización que se ha hecho del caso, filtración tras filtración, su dirección no tiene excusa: debe tomar medidas frente a una trama que tiene cada vez más visos de haber servido a la financiación del partido. No importa qué pueda suceder en los tribunales, deben reparar antes su imagen.
Si hasta hace poco en el imaginario de la calle la percepción de partido más corrupto solía corresponder al PSOE, ahora esto ha cambiado. Están empatados. La corrupción ha salpicado de lleno al PP. De momento, parece que Rajoy se conforta con la idea de que el escándalo no le está pasando factura en las encuestas. Cree que sólo la gestión de la economía importará en las próximas elecciones. Pero el líder de la oposición se equivoca si desvincula un asunto del otro. Si de verdad quiere demostrar que tiene lo que hace falta para abordar el cambio que la economía precisa, antes debe probar que tiene las agallas para regenerar su propio partido. El problema reside en que éstos son los tipos que lograban la financiación, aunque luego de paso se lucrasen, y cuesta mucho purgar eso.
En el fondo de la cuestión está que las formaciones gastan más de lo que ingresan, y la proliferación de administraciones sólo ha empeorado semejante despropósito. Hace falta mayor transparencia, y que se auditen las cuentas desagregadas como en las empresas incluyendo fundaciones y organizaciones territoriales. Hay que fortalecer el control y evitar que tanto cargo público pueda decidir arbitrariamente sobre un contrato. El prestigio de la clase política queda ahora muy dañado.