Acusar públicamente al Gobierno de estar negociando en secreto con ETA es un auténtico disparate. Es cierto que antes de que lo hiciera el ex ministro de Interior, Jaime Mayor Oreja, yo ya lo había oído de la boca de distinguidos e importantes líderes empresariales.
Es un bulo muy extendido en ciertos círculos de la derecha española. Algo similar empezó a suceder con la teoría de la conspiración hace seis años. En aquella ocasión, se llegó a mantener que los autores intelectuales del salvaje atentado del 11-M fueron los socialistas para desalojar al Partido Popular del poder.
Como en la película de James Cameron Mentiras Arriesgadas (1994), que protagonizó Arnold Schwarzenegger, supone jugar con fuego. En el mismo momento que la patraña se convierte en noticia, hay que probar lo que se ha dicho, porque es una acusación muy grave.
Mayor Oreja no lo ha hecho y el líder de su partido, Mariano Rajoy, se ha limitado a situarlo en el terreno de la presunción: "No se suele equivocar".
Si realmente los populares creen o intuyen de manera seria que los socialistas están negociando a sus espaldas con la banda terrorista, lo que tendrían que hacer es romper el pacto que tienen en el País Vasco. Si no lo hacen, corren el riesgo de convertirse en cómplices y serían responsables por omisión.
No necesitan tener pruebas. Simplemente con que exista la convicción moral de que desde el Gobierno se está traicionando a los ciudadanos en una cuestión tan grave sería mas que suficiente para dejar de apoyar al lehendakari Patxi López.
Sin embargo, esto no ha ocurrido. El presidente del PP de Euskadi, Antonio Basagoiti, sigue apoyando al PSOE y a Patxi López. ¿Por qué? Porque sabe que las acusaciones no son ciertas.
Y lo mismo ocurre con el 11-M. Como dice mi amigo José Antonio Zarzalejos, probablemente el director de periódico más honesto que he conocido en mi larga vida profesional, "los periodistas no podemos contar mentiras ni aunque nos las pidan nuestros lectores".
Mariano Guindal, periodista económico.