Finalmente se consumará la boda de Caixanova con la renqueante Caixa Galicia. El presidente de la Xunta, Núñez Feijóo, salvó in extremis su proyecto de una gran caja gallega, cuando sonaban tambores de intervención, al margen de que no sea la mejor de las uniones. Demasiadas duplicidades y solapamientos no la hacían la más recomendable. Supondrá, según la auditora del proyecto, la supresión de una de cada cuatro oficinas y del 25 por ciento del empleo.
Pero eso no sonaba tan mal para Caixa Galicia si su alternativa era debilitarse aún más. Lo que no resulta alentador es que en la reordenación de las cajas de ahorros siga primando el peso del poder político sobre la lógica financiera. Ni que se encierren tercamente en el ámbito autonómico al margen de mejores opciones transregionales.
