Opinión

Pedro Mielgo: Guerras energéticas a la española

Un geógrafo de la Antigüedad dijo que España es un país de extremos. Nosotros no sólo nos hemos creído tan sabia calificación, sino que la practicamos con fruición desde tiempo inmemorial. Pero que nuestro clima sea, en efecto, cosa de extremos, no debería llevarnos a hacer del extremismo un rasgo casi constitutivo de nuestro ser individual y colectivo.

Permítanme aventurar un diagnóstico. Nuestro extremismo es culpa nuestra. Ni los hados ni la naturaleza nos han hecho así. Somos nosotros, que no sabemos atajar los problemas, no prevemos las consecuencias de nuestras decisiones, eludimos el esfuerzo del diálogo, dejamos que los problemas crezcan, se enquisten y degeneren, de forma que, al final, sólo sabemos recurrir a soluciones quirúrgicas o a enfrentamientos graves. Un día es un motín de Esquilache, otro es un 2 de mayo, otro es una guerra civil.

Y así nos va, porque naturalmente, nuestras guerras internas son el regocijo de nuestros rivales, competidores y enemigos. Estando tan ocupados en pelearnos, no sabemos ver cómo se aprovechan de nuestra debilidad. Y aunque las culpas están bastante repartidas, no cabe duda de que a los políticos -a todos- les cabe la mayor parte.

Esta introducción podría aplicarse a numerosos aspectos de la vida pública de nuestro país, pero hoy voy a centrarme en lo que está ocurriendo últimamente en el sector energético. Para muestra, bastan cuatro botones.

Las energías renovables: el exceso alcanzado en el sector de renovables, sobre todo en la generación solar (fotovoltaica y térmica), hoy reconocido por todos, es consecuencia de no haber querido poner orden en la actuación incontrolada de las comunidades autónomas. ¿Temor a ser tachado de poco verde, o a reconocer los errores de una normativa insuficientemente meditada, o a enfrentarse a gobiernos autonómicos que actúan como auténticos señoríos feudales, o incapacidad para dialogar más allá de los lobbies amigos? Cada uno miró por su interés y nadie quiso abrir un diálogo necesario, ni actuar a tiempo para evitar males mayores. El Gobierno, en lugar de abrir ese diálogo, adoptó una solución autocrática el 13 de noviembre pasado, echando más madera al fuego para acallar las protestas de quienes consideraban demasiado pequeño su trozo del pastel. Pero ni las demandas se acallarán ni llega el diálogo.

Endesa y Repsol: el Gobierno no fue consciente entonces de las carcajadas que resonaron en toda Europa cuando una empresa emblemática era entregada, por enfrenta- mientos sin sentido y por no saber dialogar dentro de casa, a otra en cuya cartera estratégica no figuraba semejante operación, pero que se benefició de ella. Una pérdida absolutamente evitable y, por ahora, irreversible. Los demás competidores vieron desaparecer un competidor, y gratis. En el caso de Repsol, sólo el temor del Gobierno a repetir la actuación, y recibir críticas aún más severas, ha evitado por ahora la entrada de otros socios sobre cuyas intenciones cabe hacer muchas preguntas. ¿Se podrá resolver el caso sin que la empresa sufra consecuencias que deberían haberse evitado desde el primer momento?

El ATC: este caso es un ejemplo casi vodevilesco de la incapacidad de dialogar y de actuar con anticipación. La Comisión de Industria del Congreso aprobó una Proposición no de Ley instando al Gobierno a constituir una Comisión Interministerial que estableciese los criterios para la selección del emplazamiento del futuro ATC, ¡el 27 de abril de 2006! Desde entonces, ni partidos políticos ni gobiernos autonómicos elevaron comentarios o quejas al respecto: ¿es que no habían leído los documentos de la Comisión, publicados en noviembre y diciembre de 2006? Lo sorprendente -e intolerable- es que los mismos partidos que apoyaron la proposición de 2006 se levanten hoy contra los municipios que hacen uso de su autonomía, que es la de sus vecinos, a los que se niega el derecho a pensar en su futuro, a la vista del olvido sistemático de los políticos sobre su situación. ¿Cuántos políticos conocen las condiciones de vida de pueblos como Yebra o Santervás?

Guerras entre Gobierno y oposición, entre los partidos a escala nacional y regional, entre los ayuntamientos que han presentado su candidatura y los municipios vecinos, entre los propios vecinos, entre los ayuntamientos y los gobiernos autonómicos. Sería cómico si no fuera dramático. ¿Tampoco aquí puede haber sensatez para resolver mediante el diálogo un asunto que se lleva estudiando desde 1987 y que todos los políticos sabían que tiene fecha fija?

El pacto energético: los dos partidos principales han iniciado la discusión de un posible pacto en materia de energía. En paralelo, se desarrollan los trabajos de la subcomisión ad-hoc creada hace unos cuantos meses, de la que los medios no están dando noticia.

Mientras se discuten los temas que deberían incluirse en el pacto, el Gobierno ha seguido tomando decisiones sobre asuntos clave sin consultar a nadie, con lo que el ámbito del posible pacto se estrecha cada día. ¿Será un pacto de los montes? ¿Cabrá sensatez por una vez -incluso aunque no sirva de precedente- para acordar la estrategia a largo plazo, vital para España, o veremos una vez más una chapuza que será preciso revisar muy pronto?

En el terreno de la energía, las decisiones sólo pueden tomarse con una perspectiva de largo plazo, por la naturaleza de los factores implicados: tecnologías de larga maduración, inversiones elevadas y de largos períodos de recuperación, necesidad de estabilidad regulatoria. Si hay un sector económico en el que es necesario actuar con diálogo y consenso permanente, es éste, y precisamente por las razones apuntadas. Pero consenso no quiere decir componenda, sino, al contrario, diálogo con el interés nacional por delante de cualquier otra consideración, despolitizando una materia que trasciende con mucho los ciclos electorales. Ni afán de protagonismo, ni cálculo electoral, ni peleas por ver quién se apunta el éxito, que sólo puede ser de todos y para todos.

Acuerdos firmes, al margen de vaivenes electoralistas y de todo tipo de intereses. Para que dentro de 10 ó 20 años podamos decir que supimos hablarnos y actuar con anticipación. Y así, acertar. Por una vez.

Pedro Mielgo, ex presidente de Red Eléctrica.

WhatsAppFacebookFacebookTwitterTwitterLinkedinLinkedinBeloudBeloudBluesky