He dicho y redicho, y seguiré diciendo, que en Cataluña no existe problema alguno sobre la lengua catalana.
Que los ciudadanos del Principado no necesitan practicar la tolerancia ni la convivencia respecto a una u otra lengua por cuanto en su práctica cotidiana la existencia común de ambas es una normalísima realidad.
Por ello, cuando nuestros políticos legislan, imponen y sancionan, crean un problema donde antes no lo había. Y, sobre todo, no son sino la cruz (o la cara) de la misma ideología-sociología mitománica que determina que la lengua es patrimonio no de cada ciudadano, sino de un ente superior definidor de identidades: la patria, que para éstos no es sino una superior expresión del clan o la tribu.
Son quienes firman que la identidad de un pueblo debe defenderse a golpe de prohibición o imposición.
Hoy la Cataluña oficial se formula en catalán, mientras la sociedad civil sigue viviendo en armonía desde las lenguas de los catalanes: el catalán y el castellano.
El catalán es el idioma de las instituciones, prohibiéndose la rotulación exclusivamente en castellano. Y el catalán se impone como lengua de la enseñanza. ¡¡Tiempos aquéllos en los que en el franquismo se reclamaba la enseñanza bilingüe, porque bilingüe era y es la sociedad!! Subversivos éramos entonces? y ahora resultamos reaccionarios.
Pues bien, esa inmersión lingüística en la escuela produciría resultados espectaculares si se hiciera una encuesta para averiguar si lo que votaron los diputados en el Parlamento de Cataluña? lo aplican a sus propios hijos.
Porque resulta que los hijos del presidente de la Generalidad? sólo reciben una hora de catalán a la semana. Y su esposa, concejala del Ayuntamiento de Sant Just, afirma: "Prefiero que mis hijos sepan alemán".
La inmersión lingüística queda para quien no pueda pagar la escuela privada. Para la clase de tropa.