Opinión

Fernando Fernández: ¿A qué juegan los líderes?

Si los presidentes europeos creen que el problema griego se resuelve con una palmadita en la espalda, no han entendido nada. Somos muchos los que pensamos que si Grecia es finalmente rescatada, las cosas, incluso, pueden empeorar. Pero no hay nadie que dude que amagar y no dar, al más puro estilo Zapatero, es la peor política posible. En casos de crisis financieras y ataques especulativos, conviene volverse hacia el FMI, que es quien sabe, por experiencia. Si algo tiene claro desde la crisis mexicana hace casi veinte años es que para tener alguna probabilidad de éxito, los paquetes de rescate tienen que ser masivos, suponer desembolsos inmediatos, implicar compromisos de ayuda financiera ilimitada y exigir sacrificios cuantificables y fácilmente comprobables al país receptor, que en este caso sólo pueden ser fiscales. Ninguna de estas condiciones se ha cumplido en la farsa orquestada en Bruselas. A partir de aquí solo caben dos escenarios, que la semana que viene sea el Ecofin el que finalmente se salte el Tratado de Maastricht y proceda a movilizar el dinero de los contribuyentes europeos en auxilio de Grecia, o lo que en mi opinión sería lo más lógico, que este país acuda al Fondo Monetario y negocie un programa de ajuste clásico. Porque Grecia tiene un problema de solvencia, necesitaría un superávit primario, antes del pago de intereses, de más de seis puntos del PIB y se enfrenta a unas necesidades de endeudamiento en 2010, según el servicio de estudios de Caja Madrid, de entre los 55.000 y los 60.000 millones de euros (alrededor de un 20-25 por ciento de su PIB).

La partida final no es Grecia, sino el futuro de la Unión Monetaria Europea. Asociar el patriotismo y la solidaridad europea al futuro heleno es tan ingenuo como atribuir al valor de la moneda el orgullo nacional, pero lo que está en juego es una lucha soterrada por una mayor centralización de decisiones, una encubierta cesión de soberanía fiscal y, como algunos apuntan, un mayor gobierno europeo. Es un juego explosivo, que supondría una especie de despotismo ilustrado impuesto desde Bruselas a los díscolos y manirrotos países de la periferia. Todo muy progresista y justificado por las exigencias de los mercados financieros. El problema es que es una falacia. Que alguien me explique cuál es el problema para que la Unión Monetaria funcione con diferenciales de tipos de interés que reflejen la probabilidad de impago de los distintos países; cuál es el problema para la Unión, no para esos países con déficit excesivos que se han acostumbrado a financiarlos casi gratis. Ésa era la opinión sostenida públicamente, por ejemplo, por Otmar Issing, el alemán que fue consejero y economista jefe del BCE desde su creación. Su argumento es sencillo, la UME sólo se mantendrá si supone una convergencia a la credibilidad de los mejores, no una convergencia a la media, si los alemanes no tienen que pagar una prima de riesgo en sus bonos porque Grecia pueda quebrar. Pero pareciera que la locura intervencionista en que han entrado todos los gobiernos ha llegado también a Alemania. A lo mejor por eso su crecimiento se ha estancado en el último trimestre del año; por cierto, ojalá se estanque algún día en España y sea verdad eso de que hace seis meses estábamos peor. El problema es que los gobiernos se enfrentan ahora al mismo problema que empresas y bancos porque han asumido parte de sus deudas, y habrán de pagarla o hacerle una quita. Es lo que tiene no reconocer las pérdidas a tiempo, que supone menos crecimiento y menos empleo a plazo... mucho plazo.

Fernando Fernández, IE Business School
WhatsAppFacebookFacebookTwitterTwitterLinkedinLinkedinBeloudBeloudBluesky