
Todos conocemos a Frank Gehry. Es uno de los arquitectos más famosos del mundo y posiblemente el más espectacular. En las últimas dos décadas, decenas de ayuntamientos y entidades privadas de todo el planeta han querido que en sus pueblos y ciudades se levantara alguna de sus obras. Y esto es casi literal, no se trata de que se construya un buen auditorio o un museo eficaz y cómodo; lo importante es que el edificio sea de Gehry.
Que tenga volúmenes ondulados y siluetas alabeadas y superficies brillantes de acero inoxidable o titanio que reflejen el sol del atardecer sobre las calles y las rías. Por eso decía que Gehry es el arquitecto contemporáneo más espectacular, porque su obra tiene más de puro espectáculo que de arquitectura. Sus edificios están pensados como objetos que contemplar, sobre todo desde el exterior. Como esculturas de escala urbana.
La primera vez que visité el museo Guggenheim de Bilbao, el Guggenheim de Bilbao aún no existía. Estaba en construcción y solo era un entramado de complejas estructuras de acero que se preparaban para sostener la cáscara metálica que las recubriría. En ese momento me di cuenta de que, en efecto, la arquitectura de Gehry era una arquitectura de la cáscara, del envoltorio, de la imagen. Por supuesto, todo creador tiene una línea de investigación y una propuesta personal que se manifiesta en su obra.
Todos quieren un Gehry
El caso de Gehry no es distinto, sin embargo, al producir artefactos tan expresivos y visualmente tan sugerentes, parece que olvidó que la arquitectura también debe responder a muchos otros factores: la funcionalidad, la eficacia o el bienestar natural de los usuarios. Pero a sus clientes eso le da bastante igual. Quieren la silueta, la imagen. No quieren un edificio, quieren el espectáculo. Quieren un Gehry, aunque sea la caricatura de un edificio.
"A veces me gustaría explorar otras formas y otros métodos de hacer arquitectura" dijo el arquitecto en una entrevista televisiva en el año 2001. "Pero los clientes buscan otra cosa", añadió. Ya ven, es bastante posible que el propio Gehry se vea hasta cierto punto preso de su propio destello. Atrapado en lo que se supone que debe hacer, en lo que los demás quieren -queremos- que haga.
Esta jaula intelectual se abrió el día en que recibió la llamada de una de las personas más ricas e influyentes del planeta. Y también de las más jóvenes. El pasado 30 de marzo, Mark Zuckerberg anunciaba la mudanza de su compañía a las nuevas oficinas que acababan de terminar de construir en Menlo Park, California. Y lo hacía a través de su perfil de Facebook, por cierto, acompañando el texto de una fotografía aérea del flamante edificio.
Atendiendo a esa foto y a las demás que han ido apareciendo en las diferentes redes sociales, parece imposible que la nueva sede de Facebook sea una obra de Frank Gehry y Gehry Partners LLP, pero lo es.
Foto: Mark Zuckerberg / Facebook
Un coloso conectado
El edificio, bautizado por la empresa como Facebook West o MPK 20 se levanta a las afueras de Palo Alto, al sur de San Francisco y tiene más que ver con los edificios industriales que la rodean que con las ostentosas volumetrías de Gehry.
Es una construcción de 40.000 m2 bajo una colosal cubierta transitable y ajardinada que sirve como parque de juegos. Además, los 2.800 empleados de la red social que trabajarán allí, lo harán en una única sala continua y esencialmente diáfana. "La planta libre más grande del mundo" según el propio Zuckerberg.
Tal y como sucedía con el nuevo cuartel general de Apple, diseñado por Norman Foster, el edificio de Facebook quiere representar la imagen construida de su propia filosofía empresarial: la conectividad. "El perfecto espacio productivo: una sala gigantesca que alberge a miles de personas los suficientemente cerca como para que todas colaboren juntas" afirmaron al presentar el proyecto a las autoridades de Menlo Park.
Con todo, no se trata de una mastodóntica nave industrial; la gran sala esta trufada de espacios privados y semiprivados, así como de lugares de esparcimiento, descanso e incluso juego para todos los trabajadores.
Literalmente, para todos. No hay despachos privados ni plantas nobles y plantas secundarias ni aseos para directivos y para empleados. El edificio apuesta por la desjerarquización absoluta. Todos están al mismo nivel, todos tienen a todos a la vista y todos pueden compartirlo todo con todos. Desde Zuckerberg hasta el último becario.
Foto: Mark Zuckerberg / Facebook
Un edificio anónimo
No se puede saber con seguridad si este posicionamiento espacial hiperdemocrático es el más favorable para la productividad de la empresa aunque, desde luego, se ajusta perfectamente a la ideología de Facebook. Pero hay otro factor que entronca decididamente el edificio de Gehry con la omnipresente red social. O mejor dicho, con el propio Mark Zuckerberg.
"Zuckerberg rechazó florituras excesivas, como fachadas que se desplegasen como alas de mariposa" dijo Craig Webb, socio en el estudio de Gehry. "Pensaban que algunas cosas [que les presentamos en el proyecto inicial] eran demasiado ostentosas y no encajaban con la cultura de Facebook, así que nos pidieron que lo hiciésemos más anónimo".
Un cliente le pedía a Frank Gehry diseñar un edificio anónimo. Un edificio sin alabeos y sin cáscaras retorcidas. Un edificio que no pareciese un Gehry. Un edificio como los vaqueros y la sempiterna camiseta gris de Mark Zuckerberg: sencillo, eficaz, discreto y sin filigranas.
A tiempo y por debajo de presupuesto
En ese momento, y con 86 años, el arquitecto canadiense debió recordar la entrevista que le hicieron más de una década antes porque, en palabras de Webb: "Frank estaba muy predispuesto a rebajar el tono de la expresividad arquitectónica del edificio". Y así ha sido.
El MPK 20 es la obra más interesante de esta última parte de la carrera de Frank Gehry, precisamente al haber renunciado a sí mismo. Incluso en materia económica porque, aunque Facebook no ha hecho público el coste total de la construcción, sí se congratulan de haberlo finalizado antes de lo previsto y por menos dinero del inicialmente presupuestado, lo cual es casi una quimera en la arquitectura contemporánea y aún más en la de Gehry.
Es curioso pero, gracias a un millonario treintañero, después de seis décadas de profesión y tras haber plantado sus artefactos por medio mundo, desde Bilbao hasta Minneapolis y desde La Rioja hasta Los Ángeles, Frank Gehry ha podido, al fin, dejar de ser Frank Gehry.